Libros que forman la Saga del Club del Crimen :

1.-Amor entre acertijos.
Disponible en: Amazon, en formato papel y Kindle. En Lulu.com, en formato digital y en el Baúl Romántico en formato papel.

2.-Amor entre lágrimas.
Disponible en: Amazon, en formato papel y Kindle y en el Baúl Romántico en formato papel.

3.-Amor entre las sombras.
Disponible en Amazon, en formato papel y kindle y en el Baúl Romántico en formato papel.

OTROS LIBROS:

.Dos mitades en la oscuridad.
Disponible en Amazon, en formato papel y kindle

viernes, 27 de diciembre de 2013

De nuevo disponible en Amazon "Amor entre acertijos" tras su revisión!!! y PROMOCIÓN GRATUITA del 1 al 5 de Enero!!!!

Hola: Por si a alguien le interesa y tras más de una piedrilla en el camino de la auto publicación, al fin está disponible en Amazon, de nuevo, Amor entre acertijos. Menudo jaleo con eso del formato de la novela y el índice lógico y no se qué y no sé cuantos, diantre. Espero que ahora sea permanente y no me de más problemas!!!

También estará de PROMOCIÓN GRATUITA por las fiestas navideñas los días 1 al 5 de Enero!!!! en Amazon. Aprovechad o avisad a quien pueda aprovechar la ocasión si le interesa!!!! Es una forma genial de dar a conocer las novelas!!!!

Bueno... Abrazos a toooodos y ojalá paséis un gran fin de año!!!

lunes, 23 de diciembre de 2013

Capítulo 23 de "Amor entre las sombras"

Hola: Ya estoy de vuelta tras un descansillo y unos meses un tanto complicados. Espero que estéis todos muyyyy bien así que aprovecho para desearos unas FELICES FIESTAS y una entrada en el nuevo año estupenda!!! Sobre todo gracias por las visitas y por los ánimos cuando he estado un poco decaidilla... Muchas, muchas gracias. Os lo agradezco un mundo sobre todo a las incombustibles, jejejjeje. Creo que es el apodo mejor elegido del mundo!!!! juajauajau

Bueno, allá va el siguientes capítulo de los bombones. Espero ir cogiendo el ritmo poco a poco porque entre unas cosas y otras me ha costado retomar la historia de Peter y Rob y eso que les tengo un especial cariño. Ojalá os guste!!!!
Sin más historias para no dormir, aquí os lo dejo. Abrazos y arrechuchones a todos de la mala malísima!!!!


 

Capítulo 23
 
I

Oscuridad. Estaba rodeada de oscuridad y se sentía tan asustada. Escuchaba y captaba movimiento a su alrededor y las palabras… las aterradoras palabras de ese hombre se repetían sin cesar en su mente. No me agrada que estropeen mis planes. Alguien debe pagar por ello, ¿no crees, querida? Ese enfermo disfrutaba con la situación. Y ella quería volver a casa con sus niños, con sus viejos y con Marcus. Quería volver al calor y dejar de sentir tanto frío. Tanto miedo.

Se sentía observada y su instinto le decía que él estaba cerca.

Cerró los ojos dentro de la propia oscuridad. Olía a viejo. A podredumbre. A sangre. Pestilencia. Durante un segundo le dio la impresión de escuchar el gemido de otra mujer pero la callaron de golpe. Retenían cerca a otra persona. Escuchaba pasos a su alrededor. Iban y venían y le daba la impresión de que arrastraban continuamente bultos por el suelo. También le pareció escuchar el circular de ruedas de pequeño tamaño y crujir. El horrible crujir de huesos al ser triturados.

¿Qué estaba ocurriendo?

 

                                          II

 

Era un hermoso vestido como los que solía ponerse Celeste para agradarle. Era curioso como puntualmente recordaba a su amante. Echaba en falta su depravación. Todas sus sustitutas apenas se le acercaban, apenas rozaban su malicia.

La mujer que permanecía sentada en un taburete con una capucha sobre la cabeza le molestaba. No era hermosa. No era intrigante. No era nada salvo el anzuelo para que Piaret dispusiera de aquello que deseaba.

La tela que le cubría la cabeza dejaba al descubierto su cuello. Alargó la mano hasta que las puntas de sus dedos rozaron la suave piel. Sonrió. ¿Sentiría su calor? Sí… El apenas perceptible movimiento hacia atrás lo atestiguó. Era intuitiva. Un impulso le invadió. Rajarle el cuello y que su sangre acompañara a los restos que cubrían el suelo. Matarla. Le molestaba incluso verla. Era parte del motivo por el que perdió a su juguete. Fue lo no previsto en un plan perfecto. Le ardieron las entrañas y observó cómo su mano rozaba el frágil cuello hasta cercarlo. Y apretar… y apretar…

Estaba atada y pese a ello peleaba como una fiera. Quizá se había equivocado con ella. Apretó algo más y aflojó, para presionar de nuevo con fuerza. Unos ruidos molestos surgían de debajo de la capucha. Cansina. ¿Acaso nadie sabía morir en silencio? Clavó las uñas en el lateral del cuello mientras se acercaba para escuchar al detalle. Parecía intentar decir algo…

Del tirón retiró la capucha con la mano que tenía libre.

Ella le provocaba. Le retaba. Se atrevía a amenazarle. La estaba asfixiando y no se rendía. Curioso. La necesidad de matar pugnó con la razón. La segunda se impuso por poco. Algo le decía que esta mujer no hubiera muerto suplicando sino luchando y había pocas mujeres semejantes. Desperdiciar ese regalo le molestaba.

La brusca aspiración de aire acompañó la retirada de su mano. Tenía sangre en las uñas. Acercó su rostro al lateral del de la mujer.
-Nunca debiste cruzarte en mi camino, Elora Robbins. Ni tú ni tu hermana.
Sus ojos se dirigieron a su propia mano al tapar los labios de la mujer. Sí, era una luchadora. Más valiente que sensata. Pese a su situación se atrevía a preguntar.
-Podría decirte si sigue viva o no pero lo intuyes, ¿verdad? Los hermanos intuyen esas cosas.
La súplica inundaba la oscura mirada.
-No es el momento, querida, aunque no tardará en llegar. Por ahora, eres mi invitada. Acomódate hasta que traigamos tu regalo desde Bethlem. Entonces él tendrá que elegir. Tú o ellos.

Lentamente separó la mano. La voz femenina surgió rasposa.
-¿Por qué?
¿Por qué? Lanzó una risotada. Era divertida. Se levantó de la silla ubicada frente a ella y mientras salía del túnel decidió responder.
-Porque quiero. Porque puedo.

 

            III

 
No era el momento de jugar a los enamorados. Ni el momento ni el lugar para cortejar o endulzar un encuentro que no estaba seguro de querer enfrentar. Las palabras que tenía preparadas en la garganta para anunciar se le quedaron atascadas en el lugar. El anuncio de que estaba cortejando a la Srta Maple y que el alcohol le nublaba la mente provocando que hiciera el ridículo quedó en segundo lugar.

A primera hora de la mañana, casi de madrugada, había recibido un aviso urgente de los Brandon para que acudiera a su hogar en cuanto le fuera posible. En un momentáneo ataque de nervios creyó que Ross les había contado a los hermanos lo ocurrido entre ambos. Su indecente proposición del besuqueo la noche de la taberna o el hecho de que el nombre de Rob hubiera surgido en la conversación. Seguro que Peter Brandon lo estampaba contra la pared y le aplastaba el cráneo.

La realidad resultó bastante peor de lo imaginado. En un abrir y cerrar de ojos la situación se había complicado para aquellos que deseaban ver a Martin Saxton entre rejas. ¡Condenada y resbaladiza sanguijuela!

Los gritos de Sorenson y Evers habían alertado a una pareja de agentes que acababan de incorporarse a sus puestos. El desconcierto había hecho acto de presencia en la central de policía y tuvieron que intervenir cuatro agentes para que Sorenson no estrangulara al joven que abrió la puerta de su celda. No constaba la entrada y registro en comisaría de Elora. Únicamente aparecía la de Jared Evers, la de su prometida Jules Sullivan y la del propio Sorenson. Los intentos del localizar y pedir explicaciones al agente que los había detenido, Scott Glenn, tampoco había dado frutos. Elora Robbins había desaparecido sin dejar rastro y todo era culpa de ese malnacido.

La sombra de Saxton se hacía sentir. Casi se podía palpar.

Para empeorar la situación y el desconcierto en comisaría acababan de dar aviso de la aparición del cuerpo mutilado de un joven celador en un edificio público con el que alguien se había cebado. El dato se lo había trasladado Jared al poco de entrar a la casa Brandon. El hombre lo había escuchado mientras firmaban los papeles autorizando su libertad y por algún motivo pensó que le interesaría.

No erraba. Por alguna razón no conseguía apartar la maldita noticia de su mente. En cuanto terminara la reunión en casa de los hermanos él y Rob tendrían que acercarse a comisaría. Ross no estaba y ya no sabía en quién confiar, aparte de su actual compañero.

Se pasó la palma de la mano por la sien. Le palpitaba la cicatriz.

Sorenson se había levantado en armas y nadie, absolutamente nadie osaba acercársele más allá de lo necesario.

La mansión Brandon era un hervidero de gente entrando y saliendo. El lugar parecía invadido por las hordas de Sorenson. No paraban de recibir órdenes y sencillamente no se discutían por los presentes.

Por un momento Clive creyó que Sorenson iba a estrangular a dos de sus hombres, a los dos ancianos que siempre acompañaban a Elora en sus correrías y que la protegían como halcones. El grito desgarrador de Marcus de que le habían fallado al seguirla el juego, al permitir a Elora acudir a la maldita cena y que gracias a ello se la habían llevado le provocó un nudo en la garganta pero fueron las rotas miradas de los dos ancianos las que le retorcieron las entrañas. Temían perderla.

No hacía falta culparles ya que ellos mismos lo hacían. Dolía observar la angustia en esas viejas miradas, en la manera en que suplicaban sin palabras perdón. Un perdón que quizá no llegara del hombre que al otro lado de la habitación paró un segundo y clavó la clara mirada en los dos ancianos. En ese segundo algo cambio. Un músculo en la mandíbula masculina tembló. La desesperación con que Sorenson actuaba reflejaba un terror desconocido hasta ese momento.

Las zancadas hasta alcanzar el lugar que ocupaban sus hombres, inmóviles y el abrazo posterior a los viejos prometiéndoles que la recuperaría aunque le fuera la vida en ello se quedaría grabada en su retina para siempre. Al igual que el brillo en los ojos de los viejos.

A fuego en su memoria.

Jared Evers hablaba de manera casi obsesiva de su prometida y del huevo que le había salido en la frente como consecuencia del golpe recibido al caer al suelo desmayada, tras ser casi asfixiada. Repetía que Saxton había amenazado a Meredith y que antes lo mataba que permitir que acechara a sus dos mujeres. Por un leve segundo Clive se sintió tentado de preguntar a quién se refería pero el inmenso chichón en el mismo centro de la frente de la linda Srta. Sullivan le facilitó una más que evidente pista. Desconocía que esos dos estuvieran prometidos. Observando la insistencia del hombre en apretar una humedecida compresa contra el rostro femenino y las hoscas respuestas de la dama en cuestión le hicieron dudar de la cordura de Evers.

Se encogió de hombros. ¿Quién era él para dudar del amor? Además, era una inutilidad en esos temas.

A unos metros a su derecha, el matrimonio Aitor parecía debatir algo acaloradamente. Meredith sacudía las manos y trataba de sosegar a John con escasos resultados. El hombre mostraba una palidez enfermiza y hacía gestos repetitivos con los brazos circunvalando su estrecha cintura como si fuera él y no su señora quién estaba encinta. Pobre hombre. Su mujer iba a acabar con él. Estaba de viaje de negocios y había vuelto en tiempo record tras recibir aviso de que las señoras la había liado buena, una vez más.

Menudo peligro eran las damas. Todas y cada una de ellas.

Al lado del matrimonio se mantenían a la expectativa Julia y Doyle Brandon. Seguramente preparados para mediar por si la pequeña mujer lanzaba una patada al marido. No sería la primera ni la última y por regla general la dama nunca alcanzaba en la diana prevista. Era un verdadero peligro con las extremidades y ahora estaba enorme. Realmente enorme. Como una manzana madura a punto de caer del árbol. No, mejor una pera de esas en las que hincas el diente y el jugo rebosa por todos lados y… ¡diablos! ya estaba divagando. Eran los nervios.

La abuela Allison y el padre de Rob permanecían con las manos enlazadas y en completo silencio, observando al resto con gesto de preocupación.

Los únicos que mostraban cierto grado de serenidad eran Peter Brandon y Rob. Quizá porque conocían de primera mano la siniestra forma de actuar de Saxton.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Se sintió avergonzado. En medio del caos y planteándose presentar formalmente a su medio prometida a sus amigos. Como el árbol que no deja ver el bosque.

Apretó la mandíbula y tragó saliva. Al igual que Elora, Ross había desaparecido tras espetarle lo del… beso, aunque por voluntad propia. Nadie lo había secuestrado. ¡Como si no tuviera otras cosas de las que preocuparse! Su mejor amigo le había comentado que había sopesado hacer eso, lo innombrable y que se iba en busca de la abuela. Que algo extraño estaba ocurriendo. Se había negado a facilitar más información.

¡Como si hablar de besos entre dos hombres no fuera raro!

Le entraban sudores tan sólo de recordar la extraña forma en que se había quedado paralizado. Había sido incapaz de reaccionar. Sencillamente se quedó parado como un besugo con la boca y ojos abiertos. Mudo. Esa imagen le perseguiría toda su vida. Y la expresión en el rostro de su mejor amigo también. Sentía una curiosa mezcla de enfado, asombro e inquietud. Enfado consigo mismo. Asombro por las palabras de Ross e inquietud por no saber cómo reaccionar. La sensación de haber dejado pasar algo le estaba carcomiendo por dentro.

Desde luego, ocultarse tras las faldas de una posible prometida no era la mejor manera de sobrellevar la situación pero por el momento no se le ocurría otra.

Entre los murmullos, los resoplidos de John y algún que otro berrido la palabra mercado de ganado llegó a sus oídos.

Su instinto le decía que Martin Saxton estaba relacionado con la revuelta iniciada por comerciantes, carniceros y residentes para clausurar o trasladar el mercado de ganado de West Smithfield. El lugar se había convertido en un foco de pestilencia y suciedad. El trato a los animales resultaba inhumano.

Había necesitado unas pocas horas durante media semana trabajando de ayudante en la carnicería de sus amigos situada en la calle Percival para escuchar protestas, susurros y amenazas en la zona. Las primeras provenían del propio gremio, los segundos de la clientela. Las terceras de varias parejas de maleantes que habían entrado en los locales de la zona y habían destrozado ante los dueños, empleados y clientes el mobiliario y varios ejemplares de la revista de los granjeros que contenía una petición contra la expansión del mercado.

Comenzaba a extenderse el rumor de un posible traslado o la creación de un nuevo mercado en Islington, en la zona de Copenhagen Fields y ello causaba tremendas fricciones en el barrio. La decisión se decidiría en las próximas semanas por los miembros de la junta metropolitana de Obras públicas de la ciudad.

La situación se estaba convirtiendo en un volcán a punto de estallar.

La crudeza empleada por ese par de hombres y el tono de sus amenazas anunciaban represalias hacia los carniceros. Quizá Blair Burgi, el joven carnicero al que dieron una paliza de muerte fue en su momento uno de los cabecillas de la protesta. Quizá eso fue lo que descubrieron los agentes desaparecidos James y Roberts y trataron de protegerlo. Quizá fuera tan simple como eso pero el vello de su cogote al erizarse le avisaba de lo contrario. Algo descubrió el muchacho e intentaron callarlo. Puede que su hermana, Maura Kennedy comentara algo que llamó su atención y con ello selló su destino y el de Barbara Gates.

Maldita sea… demasiados desaparecidos. Demasiadas lagunas. Necesitaba hilar las piezas pero le costaba concentrarse. Demasiados nombres, demasiados datos y poco o nada que los relacionara. Los carniceros, los agentes James y Roberts, la desaparición de la joven enfermera, el maldito hospital de San Bartolomé, el extraño doctor de los huesos y su obsesiva ayudante, Titus y la información que les daba gota a gota acerca de los bebés, el tal Osborne y ¡ la condenada espantada de Ross!

Le costaba pensar con claridad y era culpa de su mejor amigo. De él y de nadie más. Y, ¿por qué diablos su prometida olía raro? ¿Por qué le había llamado la atención su olor el otro día al visitarla en su domicilio? ¿Por qué no podía quitárselo de la cabeza como si fuera algo de suma importancia? Dios… se estaba trastornando. Bastante tenía la pobre con el condenado sarpullido surgido en la parte interna de las muñecas como para que, además,  la mirara raro y la olisqueara. Desde luego los dulces provocaban reacciones adversas en algunas personas. Melody Maple le gustaba. Mucho y actuaba como un completo descerebrado. Parecía estar buscando una nimiedad y convertirla en una pega en toda regla que echara al traste su incipiente relación.

Se frotó con fuerza el lateral del rostro.
-¿Qué pasa, Clive?
Se volvió en dirección a Rob.
-Debí acompañar a Ross a ver a su abuela. Tengo el cogote erizado.
-Siempre lo tienes.
-También el cuero cabelludo y esa es una nefasta señal -comenzaba a balbucear y trató de retener la frase con todas sus fuerzas. Dios… era un incontinente verbal. A veces no comprendía cómo había llegado a superintendente- Nunca quise besarte, ¿sabes? Se me fue la cabeza y Ross se enfadó. Sólo eran unas breves lecciones prácticas y eres mi amigo. No tanto como Ross pero lo eres. Creo que por eso pensé en ti. Confío en ti y me dirías la verdad si fuera un horror en ya sabes qué. Eres seguro. Me da apuro pedírselo a una mujer porque se mofaría de mí en cuanto…

No se estaba haciendo entender. De reojillo observó la mano de Rob alzarse en dirección a su frente.
-¿Qué haces?
-Ver si tienes calentura. Susurras, hablas sin sentido, estas rojo y no apartas la mirada de Peter.
-No quiero que me mate.
Una fuerte palmada acompañó la sonrisa en el rostro de Rob.
-No le dejaré, amigo. Y ahora, ¿qué ocurre?
Aspiró con fuerza antes de contestar.
-He discutido con Ross.
-Ya.
-De nuevo.
-Vale.
-Nada serio pero…
-Te hace sentir incómodo.
-Puede. No puedo perder tiempo con otros problemas que no sean el caso de Martin Saxton, Rob. No ahora.
-¿No puedes o no quieres?

Condenado empático. Por segunda ocasión esa mañana su capacidad de hablar quedó petrificada y una azulona mirada llena de comprensión se posó con fijeza en la suya. No entendía esa mirada ni su significado. No quería indagar, ni comprenderla, ni dar vueltas a la cabeza. Quería atrapar a Saxton, evitar la desaparición de otras parejas y saber qué ocurría con los niños. Deseaba… deseaba una vida tranquila. Sólo eso y los últimos años habían resultado ser todo salvo justamente eso.

Una cálida mano le cubrió el hombro.
-Vamos. Debemos movernos antes de que Sorenson levante la ciudad, piedra a piedra, en busca de Elora.
 

                                          IV


No iban a lograr avanzar si no se tranquilizaban. Los nervios estaban a flor de piel, se encontraban desbordados y Saxton estaba ahí fuera. Al acecho como acababa de demostrarlo. Nunca les daba tregua. Nunca… Una vez más les había ganado la partida. Detuvo la mirada en la rubia figura que hablaba con un enrojecido Clive Stevens y la opresión en el pecho le obligó a respirar con ansia. Una maldita partida de ajedrez en la que una pieza esencial acababa de caer. Sintió la necesidad de matar. De destrozar al hombre que no les permitía vivir. Hizo un gesto en dirección a Rob que éste captó de inmediato. Junto a Clive se acercaron al lugar que ocupaba junto al ventanal
-Debemos separarnos para abarcar más.
Todos callaron y se volvieron en su dirección, incluso Sorenson. El hombre abrió la boca para hablar pero decidió adelantarse.
-Vosotros, encontrad a Elora. El resto nos ocuparemos del hospital y de…
-¿Cuál?

La suave voz femenina los sorprendió a todos tanto por la forma como por el momento. Sonaba firme y decidida. Jared miró a Jules como si no le extrañara en lo más mínimo su actitud. Quizá pareciera una frágil ardilla pero la joven era, sin duda, una pequeña fiera y Evers lo intuía. Puede que no hicieran una pareja tan peculiar. La joven dama paseó la mirada por los presentes antes de hablar de nuevo.
-¿El hospital de San Bartolomé o el hospital de Bethlem?

Había perdido el hilo o le faltaba algún dato esencial. Su mirada se cruzó con la de Rob y parecía tan desconcertado como él. Las siguientes palabras surgieron de Meredith tras lanzar una mirada de resignación a su marido.
-Teníamos planeado entrar en el hospital de San Bartolomé esta semana, como trabajadoras –la inmensa figura de John se tensó a su lado llamando la atención de su mujer- ¡Yo no! No soy tan insensata... y ¡no resoples, marido! Iba a quedar en la retaguardia con Julia, organizando un posible plan de contingencia, mientras Jules y Elora se presentaban para cubrir un puesto vacante. Todo estaba arreglado hasta que ha ocurrido lo que… ya sabéis –pese a la breve pausa nadie la interrumpió- El caso es que Elora recibió un mensaje amenazante y…
-¿¡Qué!?
El rugido de Sorenson provocó un respingo en Meredith.
-¡Lo siento! Sé que debimos contároslo pero ¡no tuvimos tiempo! Encontró la carta la noche en que se trasladó a casa de Marcus y nos asustamos.
-¿Qué decía?

El helado tono en la pregunta de Sorenson hizo que John se aproximara a su mujer hasta quedar pegado a la diminuta y abultada figura.
-Que acudiera al Hospital de Bethlem, al ala este, no recuerdo la sección pero era la Celda 26. Que allí encontraría lo que buscaba. Creía que era Claire, Marcus. Elora creía haber encontrado por fin a su gemela y nosotras teníamos que ayudarla.
-¿Y si era una trampa?
-No le importaba y eso nos valía al resto. Elora es una de nosotras así que valía la pena el riesgo.

El gesto de Sorenson comenzaba a serle familiar. Esa brusca manera de pasarse las manos por el cráneo. Únicamente lo hacía cuando le faltaban las palabras de la rabia y por el torcido gesto que mostraba era el caso.
-Sois unas… ¡imprudentes atontadas!

Todas las señoras presentes dieron un paso atrás al escuchar el rugido de Sorenson y la abuela casi se empotró en el respaldo del sillón que ocupaba. 

La frase más sabia de la mañana, sí señor. Las miradas de desaire de las afectadas no causaron el efecto pretendido en los maridos sino lo contrario. Habría represalias. Y merecidas según su opinión. Cuestión diferente era la maldita situación en la que se encontraban. Debían avanzar.
-Hay que investigar a qué se referían, Sorenson.
El gesto de asentimiento de éste le indicó que él se encargaría. Tras un intercambio de miradas con Rob, habló en tono seco.
-De acuerdo. En primer lugar, alguien ha de llevar a Meredith a casa. Debe descansar y dudo que los disgustos o preocupaciones ayuden. Debemos entrar de algún modo en el hospital de San Bartolomé. Como sea.
-Yo lo haré –la vocecilla era de Jules.
-¡Ni loca!
Suspiró agotado. Ya estaban esos dos de nuevo, en plena trifulca. Evers todo desmelenado y la joven tiesa como un poste con los brazos en jarras.
-¡Es la mejor opción!
-¡Para que te maten, mujer!
-¡O para encontrar a Elora!
-¡O para que te maten!
-Eso ya lo has dicho, loro!
-Vaya, ¿ya no soy fondón, querida?
-¡Loro fondón! Además, iremos armadas hasta los dientes.
-¡Si no sabes manejar armas!

Esa pareja era desquiciante. Claro que igual otros opinaban lo mismo de él y Rob así que optó por intervenir sutilmente. Como lo hacía todo. Con finura.
-Jules tiene razón. Alguien ha de entrar y Jules puede hacerlo.
Otra vocecilla femenina se unió al carro de despropósitos.
-Yo también podría. Nadie sospecharía de una vieja.
-¡Allison!
-¡¿Qué, Edmund?!
-¡¿Has perdido la cabeza?!

Por los dioses. Otra pareja peleando. Por un segundo sintió la mirada azulona sobre su rostro y suspiró. Se giró y el susurrado me recuerdan al alguien en labios de Rob le arrancó una débil sonrisa, casi impensable en semejante momento. Sólo él era capaz de lograrlo. Su canijo.

Antes de que llegaran a las manos lanzó un buen grito reclamando silencio y dio resultado. Casi se podía mascar la tensión.
-Es buena idea. Jules y Allison entraran a trabajar y recabaran información. Podrían conseguirnos algún uniforme de celador o bien de los internos para acceder al lugar. Titus estaba ahí por algún motivo y creo que tenía acceso a los bebés que cuidaba de alguna forma. Si no lo mataron fue por eso. Algo hay ahí dentro que no quieren que descubramos.

A su izquierda sonó la clara voz de Clive.
-Estoy de acuerdo. Aquella mujer, la paciente que avisó a Rob en el hospital el día que descubrimos a Titus le dijo que lo iban a matar si no lo sacábamos de allí por lo que debemos actuar con rapidez. También me preocupa lo que Titus dijo de los niños.
-¿Qué?
-Lo de que tenían daño.
-Podría ser cualquier cosa –intervino Rob- No todos los niños que hemos rescatado estaban enfermos. Puede incluso que nada tengan que ver unos bebés con los otros.
-¿De verdad lo crees así? –Los grisáceos irises de Clive brillaron a la espera de la respuesta a su pregunta.

Ésta no tardó en llegar. Antes de hablar Rob apretó la mandíbula.
-No. No lo creo. Creo que eliminaron a Barbara Gates porque denunció haber visto a alguien que se parecía a Saxton. Intentaron callarla pero era una mujer valiente y eso la llevó a la ruina. Lo que jamás imaginó fue la calaña de gente a la que se enfrentaba. Saxton… Martin Saxton…

Rob apenas podía pronunciar su nombre. Se le atragantaban las palabras, por lo que continuó él tras apoyar la mano en su espalda, en el mismo exacto lugar en el que la suya permanecería marcada para siempre. Presionó con suavidad hasta escuchar el suave suspiro del canijo. Imaginar lo que pensaba Rob era fácil por lo que habló con claridad.
-Creo que esas dos enfermeras, Gates y Kennedy, descubrieron algo en el hospital, algo relacionado con los hombres que encerraban allí sin registro ni motivo alguno y se lo contaron al hermano de Maura Kennedy. Es demasiada casualidad que los agentes que investigaban el caso de la agresión al hermano carnicero también desaparecieran sin dejar rastro. No eliminaron a Titus porque carecieron de tiempo. Intervenimos nosotros. Lo que necesitamos descubrir es que conecta al hospital de San Bartolomé con el gremio de carniceros y con Titus – Su mirada se posó un breve momento en Clive- Y no, no creo que nada tengan que ver unos bebés con los otros ni con la desaparición de nuevas parejas. Tampoco lo cree Rob. Creo que todo está relacionado pero hasta que no entremos en el hospital no sabremos qué es.

Por un momento un pensamiento fugaz cruzó su mente. Algo sobre los hombres retenidos en San Bartolomé y las entradas y salidas. Las salidas… y las peleas clandestinas. Maldita sea.
-Ella dijo que habían trasladado a uno de los hombres a Bethlem.
Todos los presentes se le quedaron mirando como si hubiera perdido la cabeza. Rob se le acercó,
-¿A qué te refieres, Peter?
-Maura Kennedy nos lo dijo. Por el hospital de San Bartolomé pasaron trece hombres y tres mujeres sin ser pacientes ni ser registrados antes de desaparecer sin dejar rastro alguno. De todos aquellos que las dos mujeres envenenaron nos consta que lograron salvar a uno. Un hombre. Lo trasladaron a Bethlem. Tiene que estar relacionado con el contenido de la nota enviada a Elora. Y eso significa…

Rob terminó por él.
-…que no es la gemela de Elora a quien retienen allí.
Un breve silencio dio paso a la pregunta que invadía la mente de todos.
-¿A quién tienen prisionero en ese maldito centro?
La brusca voz de Sorenson cortó de cuajo las elucubraciones.
-No tardaremos en descubrirlo.

El hombre apenas tardó cinco segundos en impartir unas órdenes claras a Sampson y Lucas. En media hora quería información. Los viejos actuaron con una agilidad propia de la costumbre. No dudaron. En segundos desaparecieron bajo el marco de la puerta doble de entrada al salón de la casa Brandon.

No tardarían en recabar datos.
-Está bien – Peter se dirigió directamente a Jules- ¿Cuándo teníais previsto entrar a trabajar en el hospital de San Bartolomé?
-Pasado mañana.
-Bien –se giró hacia Marcus- Debemos saber qué ocultan en Bethlem.
-Sea quien sea está relacionado con ella –La firmeza en la ronca voz de Sorenson no daba opción a dudar- Tengo a todos mis hombres recabando información y patrullando la ciudad. Quieren demasiado a… Elora –Su rostro parecía una máscara de piedra- No tardaremos en descubrir qué esconden y en encontrarla.
-No me gusta.

No le sorprendió la intervención de Rob. Para nada. Él sentía lo mismo. Los estaban separando. Sutilmente pero de un modo tremendamente eficaz. La búsqueda de Martin Saxton se debilitaba. Con el secuestro de Elora perdían la inmensa fortaleza y ayuda de Sorenson.

Por otro lado su intuición le decía que el viaje a la campiña de Torchwell estaba de alguna manera relacionado con todo lo que estaba ocurriendo.

Tendrían que esperar a que volviera.

La clara voz de John interrumpió su próxima frase.
-Peter, ¿me haríais un gran favor?

 

                                          V

Necesitaba que el coche de caballos volara sobre el empedrado. Cuanto más rápido, mejor.

No conseguía apartar la mirada del abultado vientre y de contar las respiraciones cada vez más cortas de Mere. Gimió al darse cuenta que jadeaba al ritmo de la mujercilla situada en el asiento frente a él. Estaba en esta situación por hablar demasiado y hacerle el favor a John de llevar sana y salva a Meredith a su hogar. Allí la esperaban sus padres y hermanos. Bueno, él y Peter pero a su derecha el grandullón se mostraba la mar de tranquilo. Lo contrario a él. Estar tan cerca de una próxima parturienta le ponía en guardia y en tensión. Llevaban un cuarto de hora de camino enclaustrados en un espacio cerrado y los movimientos inquietos de Mere comenzaban a asustarle. Apenas hablaba y resoplaba mientras se frotaba el abdomen con amplios círculos.

Demasiados baches. Odiaba las calles de la ciudad.
Se estaba quedando ronco con los berridos al cochero para que apretara el paso. De reojillo observó el redondo y enrojecido rostro.
-¿Estás bien?
-¡Por todos los santos, Rob! Es la cuarta vez que me preguntas desde que hemos entrado al coche de caballos. Estoy perfectamente –un suave jadeo interrumpió la parrafada-  Algo cansada y preocupada y, ahora que lo dices, me cuesta un poquillo respirar. Siento los pies como botas y me zamparía un buey de un bocado aunque eso no es nuevo, vaya. También… siento algo de presión y alguna que otra punzada en…
-Era una pregunta retórica, Mere.
-Ah. Pues eso, como una rosa… algo hinchada.
-¿No explotarás, no?

El gruñido femenino fue contundente.
-No quería decir eso. Estás algo grande aunque eso es normal, ¿verdad? ¿¡Por qué gimes!? ¡No puedes explotar, Mere! Llegaremos en seguida y en cuento cruces la puerta de tu casa podrás relajar los músculos. Ahora, apriétalos. Fuerte.

A su izquierda sintió una leve sacudida. ¿Se estaba apretando Peter contra el respaldo del asiento, tratando de alejarse de Mere? ¿Acaso no se daba cuenta del labio fruncido de la mujer y las leves gotillas de sudor en la frente? Le estaba dando algo a Mere. Un síncope en toda regla. Percibía su inexperiencia y desconcierto en las cosas de las mujeres y eso era contagioso. ¡Dios mío! Debía aparentar serenidad pero lo único que deseaba era lanzarse de cabeza del coche, cuanto más lejos mejor. Qué espanto. Era un cobardica y no podía vocalizarlo por si le daba un ataque de pánico femenino a Mere y ¡se les ponía de parto galopante! El terror y el miedo a lo desconocido eran los causantes de muchos desastres. Ella no podía verse el rostro. Mejor así. Otro gemido. Por todos los… Tocaba rezar. A la virgen que era mujer y entendía de esas cosas.

Una vocecilla ahogada interrumpió su nerviosismo.
-Creo que…
-¡No!

¿Por qué le miraba Mere con piedad? ¡Él no se merecía lo que iba a pasar! ¡No sabía qué hacer y estaba gafado! ¡Del todo! Se giró con brusquedad hacia Peter al tiempo en que éste hacía lo propio.
-Creo que viene el…

Se le durmieron las manos de golpe al escuchar la angustia en la voz del hombre que quería. Él sabría qué hacer. Las sacudió con movimientos espasmódicos y como el hombre templado que era se volvió hacia Peter con una mueca rígida en la boca. Su mente le decía que enseñaba demasiados dientes pero por alguna extraña razón, no podía cerrar la boca. Los labios se le habían pegado a las paletas delanteras. Notaba la extraviada mirada de Mere fija en sus incisivos. Sonrió otro poco más para sosegarla antes de berrear hacia su derecha.
-¡Haz algo!

En medio de una especie de bruma catatónica observó al hombre que quería tensar los músculos, apretar los dientes, lanzar un juramento y arrodillarse junto a la mujer de la que surgían unos angustiosos gemidos. No… era él el que emitía unos ruidillos ridículos. Dioses, parecía un embarazado primerizo. John se las iba a pagar todas juntas. Esto era un horror.

Necesitaban paños. Agua caliente y sentía unas tremendas ganas de llorar. No conseguía apartar la mirada de las suaves palmaditas que la inmensa manaza de Peter daba a la más pequeña de Mere.

No iban a llegar a tiempo. No al ritmo de los gemidos femeninos. Una extraña paz se adueñó del interior del coche con las palabras de Peter. Parecía estar hablando con una asustadiza yegua. Algo sobre que no pasaba nada si se encabritaba y le ¿daba una coz? Que él podría soportarlo.

Seguro que al paso que iban la recibía él. En los morros.

Con las siguiente palabras de Peter su mundo se vino abajo y su corazón botó alocado.

Rob, di al cochero que pare el coche de caballos.
 
Viene el niño.

 

                                          VI


No debió viajar sólo y dejar atrás a Clive pero su presencia le asfixiaba. Tampoco debió decírselo. Nunca debió mencionarlo. Al ver su expresión de asombro trató de recular y hacer pasar la situación por una maldita broma entre amigos pero el daño estaba hecho. Creyó ver rechazo en esos ojos grises y dolió. No. Engañarse no valía ya. Esos ojos que conocía tanto como los suyos mostraron rechazo. Un rechazo brutal. Sus palabras lo confirmaron al mencionar a esa mujer. Melody. Una maldita palabra que a sus oídos sonaba  lo contrario a aquello que significaba. Dios, dolió tanto…

La torre, las águilas y las cuevas le recibieron una vez más.

Maldijo entre dientes. El maldito blasón de la familia parecía burlarse de él. Su instinto no le había engañado al intuir que su abuela estaba en peligro. Apenas había tardado unas horas en llegar a la casa de campo de la familia y media hora más en darse cuenta que su abuela jamás iría por propia voluntad a Bath, a disfrutar de unos baños que aborrecía y evitaba como si de la peste se tratara. Mucho menos sin dejarle una nota o una explicación.

Por consejo de su médico…

La explicación de Smithson, el mayordomo de su casa, le había desconcertado. Desconocía que un maldito médico atendiera a su abuela. Le había ocultado que siguiera un tratamiento o que sufriera de dolores en las extremidades. Era y había sido una mujer fuerte toda su vida. Su gente lo sabía y él lo ignoraba. El maldito nudo en la garganta le cortaba la respiración. La descripción del médico provocó que sus defensas se izaran. Un joven enviado por el renombrado Dr. Piaret, el especialista que trataba a su abuela. Alto, apuesto e inquietante pero extremadamente educado. Trataba a su abuela con delicadeza y compartían gustos y aficiones. Lentamente se había ganado su confianza a lo largo de las últimas semanas.

Demasiado familiar…

Apretó los puños alrededor de las riendas mientras recorría a galope el camino de vuelta a la ciudad. Debía avisar al resto pero su instinto le decía que no iba a llegar por lo que dio orden a Smithson de enviar una nota informando de lo ocurrido. Clive no tardaría en recibirla. Apretó los dientes al formarse en su mente la imagen del pecoso.

Saxton volvía a cruzarse en su camino.

El condenado era astuto y letal. Y él había caído en la maldita trampa.

Los estaba separando poco a poco, debilitándolos para hacerse con Rob. Si él desaparecía la investigación de los agentes James y Roberts quedaría en suspenso. También la de la enfermera Gates y eso sólo podía significar que Martin Saxton deseaba que algo gordo no se destapara. Quería tiempo. Se acercaban a él, a la posibilidad de atraparle pero habían fallado al no proteger a aquellos que amaban.

Tenía a su abuela. De alguna manera había descubierto unos de sus puntos débiles. Sus sentimientos habían provocado que cayera en una trampa bien planeada. Jamás debió permitirse sentir y debilitar con ello  unas murallas que había ido izando durante años. Ello trajo la distracción. Ésta, su mayor error.

Deseó haberse equivocado al salir de la curva. El sol se estaba poniendo y los caminos estaban desiertos. No podrían romper la barrera formada por el grupo de hombres que les esperaban. Por mucho que Ogro fuera una condenada bestia y la velocidad que llevara arrastrara a varios de los jinetes que formaban una hilera ocupando lo ancho del camino. El animal aminoró el paso con un leve movimiento de sus manos.

Los cañones de varias armas apuntaban directamente a su pecho.

Por un segundo se sintió tentado a clavar los tacones en los flancos de Ogro y arriesgarse. Quizá así dejara de sufrir y de pensar en lo que había perdido.

Eran demasiados y él estaba cansado. Cansado de fingir. Aflojó el amarre de sus riendas y centró la mirada en el hombre que ocupaba el centro del grupo. En su viciosa sonrisa.

Hijo de puta.

Debió hacer caso a su instinto y vigilarlo más de cerca. Hacer caso del instinto de Clive respecto a ese hombre. Era el zorro en el gallinero. Una leve presión en el costado lo acercó a Scott Glenn. Las ganas de borrar esa macabra sonrisa casi pudo con él.
-Vaya, vaya. Tenía razón el jefe. El superintendente Torchwell sin la compañía de su perrito fiel. Dais pena, en el fondo. Tan previsibles…

No iba a caer en la provocación de ese malnacido. Le daba igual que estuviera al tanto de su amistad con Clive o que supiera que iban tras Saxton. Tarde o temprano Glenn metería la pata y él estaría esperando.
-Dijo que sólo hay una cosa que puede romper la amistad entre dos hombres.

¿Qué diablos?
Todos los músculos del cuerpo se le tensaron en un instante. Apretó la mandíbula con las siguientes palabras de Glenn.
-Pagaría una fortuna por ver la expresión de Stevens cuando se dé cuenta. Qué pena no poder ponerle sobre aviso, ¿verdad?

Maldita sea.

No podía ser.        

 

                                          VII
 

El canijo tenía todo el aspecto de ir a desmayarse y él tendría que bregar con dos situaciones entre manos. Una parturienta y un atolondrado. El brusco codazo había logrado parar de golpe los semi sollozos, bufidos, ahogos y gemidos de Rob. Parecía que le fuera a dar un síncope. Seguía con esa inquietante e inmensa sonrisa en la boca. Claro que con la fuerza con que Mere le estrujaba la mano, no le extrañaba. No hacía más que contar en alto al ritmo de los jadeos de Mere. Diablos. Sonaba como una urraca a punto de ser trinchada.

Maldita sea. Tarde o temprano tendrían que levantarle las faldas y deshacerse de los ropajes femeninos que obstaculizaban el camino del retoño. No estaba preparado para esto. No lo estaba. El caso es que si se lo comentaba a Rob seguro que vomitaba del susto. Se dirigió hacia el canijo pero la desesperación en esos ojos azules le cortaron de cuajo su idea de que fuera él quien la desnudara. Su canijo era más delicado, ¿no? Él era un torpe con las mujeres. Rob se lo repetía hasta la saciedad.
-¡Nos ha abandonado!
¿Eh?
Dios… el canijo había perdido la chaveta. Esperaba que fuera momentáneamente.
-¿!Qué hacemos ahora!? ¡El hombre se ha largado!

Era rocambolesco. Mere estaba de parto y Rob se centraba en la huida a galope del cochero. Como un burro que no ve más allá. Habían alcanzado a escuchar un pediré ayuda y los rápidos pasos alejándose.

De acuerdo. Había llegado el momento de tomar las riendas de la situación.
-Rob, bájale los pololos.

El chillido sobrevino esta vez de Mere con el apretón que le acababa de dar Rob al espachurrar la mano femenina. La rubia cabeza se aproximó a la suya. ¿Para qué le susurraba al oído si Mere estaba a su lado?
-¿Estás de broma, no?
-¿Tú crees, canijo? Quizá prefieras colocarte tú entre sus piernas y ¡yo le cojo de la mano, le doy palmaditas y le soplo el rostro!
-¡Tu posición es mejor!
-¿¡Para qué!?
-¡Para escurrirle los pololos!
-¡No me grites, Rob!
-¡No lo hago! ¡Son los nervios! Dime que no viene el niño…
-No viene el niño.
-¡No me mientas!

Increíble. Sopesó seriamente dar un puñetazo al canijo en plena mueca para ver si espabilaba de una vez pero igual perdía el conocimiento y lo necesitaba cuerdo. Era inexplicable pero su estrambótica sonrisa de alguna manera parecía calmar a Mere. Sus dientes brillaban en la semioscuridad. La lumbre del farolillo que habían conseguido encender parecía rebotar contra sus colmillos y captaban la atención algo esquiva de Mere.

Maldita sea. Debía centrarse.

Muy bien. Allá iba.

Con toda la suavidad que pudo reunir apartó un oscuro mechón del sudoroso rostro. Intentó avisar de lo que se proponía hacer pero sólo logró farfullar un par de palabras entrecortadas. ¡Dioses! Adoraba a esa pequeña mujer. Sintió un apretón en su brazo y eso le valió. Le había dado permiso. Le había sonreído pese al dolor que era evidente que sentía y había asentido apretando esos suaves labios. Dio gracias por no ser mujer. No podría superar un condenado parto. No. Sin duda las mujeres eran duras.

Introdujo las manos bajo las faldas y las alzó. Con un brusco golpe en el costado ordenó al canijo que las mantuviera donde las acababa de colocar con la mano que tenía libre. La otra seguía aferrada a la de Mere. Necesitaba ver lo que hacía.

Si por su torpeza perdían a esa mujer que ambos adoraban nunca se lo perdonaría. Nunca. Introdujo las puntas de sus dedos en la cinturilla distendida de los blancos pololos y con suavidad los deslizó por los muslos. Una sensación de estar haciendo lo que debía lo invadió. Tan sencillo como eso. No podía equivocarse.

Una especie de ronquido entre jadeos lo volvió a la realidad. A la cruda realidad. Mere trataba de avisarle de algo.

Sintió humedad en la pernera de los pantalones. En la parte superior de los muslos. Supo lo que era al instante.

Mere acababa de romper aguas.

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