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OTROS LIBROS:

.Dos mitades en la oscuridad.
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lunes, 15 de julio de 2013

Capítulo 22 de "Amor entre las sombras"


Bueno: Aquí está el último capítulo hasta la vuelta del verano. Sólo digo que me ha encantado escribirlo. Me he reído y he sufrido porque tiene una parte que, para mí, es puro sentimiento. Al fin dos lerdos se dan cuenta de lo que tienen y de lo que pueden perder. Claro que otro sigue medio atontado. A ver si sabéis a quienes me refiero, jejejej

Este capi está dedicado a los secundarios tras unos capis muy centrados en los protas. Bueno, ojalá disfrutéis muchísimo de las vacances, sobre todo las incombustibles, jijii(a las que hago sufrir un mundo según ellas, ejem. Son doñas exageradas, jijji) Me quedan 2 semanas de trabajo intensivo y después el veranito!!!! Relax, paseos, cenas y playa, ainssss…. No veo el momento. Así que, guapetones, nos vemos a la vuelta del verano con más aventuras del club del crimen y asociados. Muchos besos a tod@s y feliz verano!!!!!



Capítulo  22

                                      I

         No alcanzaba a comprender el sentido de la pregunta o bien Ross y él mantenían una doble conversación al mismo tiempo, lo cual tampoco es que fuera inhabitual.
-Antes necesito sabes con detalle la experiencia que tienes para no asustarte, amigo mío. Eres propenso a enrojecer e igual te desmayo con lo que tengo ideado.

¿Eh? Clive parpadeó para aligerar su abotargada capacidad de comprensión.
-¿Te vale con una sesión o varias? Yo optaría por varias y una graduación paulatina de su intensidad para evitar golpes de calor. La primera, como me suplicaste, la dedicaríamos a los besos. La siguiente a las caricias. Al tacto. Una tercera, quizá al sabor…

Pero, ¿qué diablos? Y ¿por qué demonios no parecía poder abrir la boca para preguntar a Ross acerca de qué farfullaba como un poseso? Y ¿por qué le brillaban esos condenados ojos como si estuviera disfrutando como un crío con un dulce?
-Ross…
-Un buen masaje para relajar antes de desnudarte y recorrer con mis manos…
-¡Ross!
Los dispares ojos se clavaron en los suyos. Las cejas se arquearon inquisitivas.
-¿Qué?
-¿De qué diablos hablas?
-Con que esas tenemos…
-¿Qué?
-Nada. Simplemente he accedido a lo que pediste, Clive. Bueno, mejor dicho a lo que me suplicaste efusivamente. Incluso estabas dispuesto a pagarme un módico precio por la experiencia a adquirir en las artes amatorias. No es que esté necesitado de dinero pero para eso están los buenos amigos, ¿no? Para arrimar el hombro en situaciones de necesidad y la tuya es más que evidente dado tu proceder el otro…

Sonaba fatal tal y como la información salía de esos carnosos labios ¿Carnosos? Se le estaba yendo la cabeza del todo. Ross no tenía unos carnosos labios. De acuerdo, sí los tenía pero era su mejor amigo, no otra cosa y era masculino, muy masculino y duro. No blandito. Demonios, los efluvios renqueantes del alcohol le hacían desvariar ¿Le había ofrecido pagarle dinero si le enseñaba a besar? ¡Dios!, no iba a volver a tocar la cerveza en su vida. Una imagen revoloteó, fugaz, en su mente y con cierto detalle. En la oscuridad, percibir el olor único de Ross y sentirse seguro. Tan seguro… Notar calidez contra sus labios y decirle que ¿olía bien? Diablos, que se mareaba. Necesitaba bajar la cabeza hasta tocar con la frente el suelo, como poco. Trastabilló un par de pasos hasta dar con el trasero en unas de las sillas del despacho. Una fuerte palmada rebotó contra su encorvada espalda y sus sentidos percibieron a la perfección el fluido movimiento de Ross tomando asiento en su sillón, frente a él. Notaba caldeado el ambiente y esa condenada mirada fija en él. Le daba igual ya que no pensaba alzar la vista.
-¿Te vas a desmayar? Y eso que aún no nos hemos desnudado, pecoso…

¡Lo estaba haciendo a propósito el muy condenado! Aturullarle porque le divertía. La leve sorna estaba ahí, camuflada entre las palabras. La provocación. Seguro que Ross se lo estaba inventando absolutamente todo porque conocía su exacerbado grado de inexperiencia con las mujeres. Debió mentir y asegurar que había tenido a unas cuantas mujeres en el lecho, que sabía besar y amar como un experto en la materia o que… De reojo le pareció captar una extraña mueca en el rostro de su mejor amigo difícil de descifrar.
-¿Te diviertes, Ross?
-Sip.
Increíble.
-Eres… mala… persona.
-La peor.
-Ahora en serio, ¿qué ocurrió? Si hice algo imperdonable te juro que…

La contestación de Ross surgió clara y de inmediato, impidiéndole continuar. Una oscura sombra cruzó la dispar mirada. Tristeza. Por un instante algo se cerró en medio de su pecho y en la punta de la lengua quedó la necesidad de repetir la maldita pregunta hasta sacarle la verdad pero algo en esos ojos le detuvo.  Vio reflejado temor y Ross no era un hombre que lo mostrara con facilidad.
-No lo hiciste, pecoso. Nada hiciste que no pueda arreglarse.
Maldita sea, ¿por qué sonaba rota la voz de su mejor amigo?
-¿Entonces?
-¿De verdad quieres saberlo, Clive?
¿Tenía opción de elegir?
-¿No?

El gesto de exasperación de Ross era tan suyo que no pudo evitar sonreír. Cruzaron miradas por unos segundos hasta que sintió la extraña necesidad de evitarle.

-Muy bien. A medianoche estabas como una cuba renqueante pese a que te avisé, pecoso. Siempre lo hago como buen amigo que soy pero para variar, me ignoraste y eso tendremos que hablarlo, largo y tendido. Te sacamos a rastras de la taberna porque según tus propias palabras la casa de las cervezas te parecía en esos momentos el maldito cielo. Te abrazaste con extremo cariño a un tonel que casi no podías abarcar con brazos y piernas, lo besaste hasta dejarte los labios escocidos refiriéndote a él como Melody y ofreciste por él cualquier cosa, incluso tus anteojos. Cuando el dueño del tugurio pareció sopesar seriamente la oferta llegó el momento de evacuar el lugar. Tras despedirte efusivamente del idiota que seguía tirado a la entrada y decirle que no te ibas con cualquiera al lecho y que eso de mermeladita, su padre, te introdujimos entre tres en mi coche de caballos donde caíste dormido como un leño. Tus ronquidos debieron despertar a media ciudad según circulábamos por las desiertas callejas y mostrabas cierta fijación enfermiza en pegarte a mí ¿Quieres saber lo que murmurabas cada vez que topábamos con un bache?

El gemido que acaba de surgir era suyo. Dios, qué horror. Claro que podría haber sido infinitamente peor. Podría haberse desnudado y mostrado su lechosa piel.
-No es para tanto, ¿no?
-Hay más, pecoso.
-¿Quiero saberlo?
-Seguramente no.
-¡Pues no me lo cuentes!
-¿No querías airear la tensión instalada entre ambos?
-¡No!
-Yo sí, así que a callar y a escuchar. Me lo debes por salvarte el culo una vez más.
Tragó para tratar de suavizar el resquemor en la garganta antes de hablar.
-Recuerdo algo -Los dispares ojos se clavaron en los suyos. Con intensidad. Dios, no podía enfrentarlos por lo que centró la mirada en la mesa. En sus desperfectos, en la gastada superficie, en las mellas que mostraba. Notaba las mejillas coloreándose por momentos. De nuevo, fluyó esa condenada imagen- ¿Te dije que olías bien?

El aire pareció viciarse en un instante, tornándose plomizo y pesado. Tan denso. Casi saboreó la duda en Ross, antes de que éste se decidiera a hablar.
-Puede que dijeras que olía mejor… que ella.

Alzó bruscamente la mirada para fijarla en el rostro de su mejor amigo. Ross jamás enrojecía pero en esos momentos… ¡Dios! Apretaba los labios y los puños presionaban contra la superficie de la mesa. Por alguna extraña razón no era incomodidad lo que discurría entre ellos, ni vergüenza. Era… No sabía muy bien lo que era pero todos los músculos de su cuerpo se tensaron al notar la mirada encendida de Ross recorrer su propio rostro, lentamente, para ir resbalando hacia su boca, su mandíbula, su cuello y pecho. Como si reconociera lo que sus ropas ocultaban y le fuera increíblemente familiar. Respiró profundo atrayendo esa mirada de vuelta a su cara.
-Lo siento, Ross. No quise…
-¡No lo hagas!

Ahora le había enfadado y no sabía muy bien el motivo. No acertaba con él. Jamás lo hacía. Sólo asintió, desviando una vez la mirada como un crío inseguro.
-Me pediste que te besara, Clive y lo peor...

Con brusquedad izó de nuevo la cara hasta topar con la de Ross. Esos ojos no engañaban, no mentían. Traslucían seriedad. Ni jocosidad, ni un atisbo de broma. Sencillamente relataban lo que había ocurrido, lo que él había hecho. Quizá destrozar la única relación en su vida que lo valía todo para él.
-Sigue.
-… fue que casi lo hice.

Se asfixiaba ¡Dios! Se… ahogaba.

 

 

                                      II

         No debió prestarse a participar en semejante locura de plan pero es que Meredith le había sorbido medio cerebro con sus ideas. El apoyo de Julia y los efusivos gestos de Jules habían actuado como empujoncillo final. En ese momento habían sonado lúcidas. Ahora, en la habitación que le habían preparado en la inmensa casa de Marcus, le temblequeaba todo y la inseguridad llamaba a su puerta.

Sus niños dormían en el cuarto contiguo, totalmente ajenos al tumulto de sensaciones que su madre trataba de ahogar mientras se contemplaba a si misma frente al espejo de cuerpo entero ubicado en una de las esquinas de la habitación. No era Elora Robbins. La mujer que le devolvía la mirada con expresión asustada era otra persona, desconocida y familiar al mismo tiempo. Le apretaba todo o quizá fuera la sensación de descontrol que discurría por el ambiente. Había esperado pacientemente a que Marcus saliera de casa. Algo sospechaba por la manera en que la vigilaba como un halcón pero los hombres habían logrado distraerlo hasta que llegó la hora inaplazable de comenzar a prepararse para su cena privada con Jules. Con un seco no quiero líos esta noche, Elora, la había dejado atrás con sus niños en una inmensa casona en compañía de los hombres y de los dos viejos marineros que al escuchar las palabras de Marcus se habían tensado como dos encorvados palos de escoba.

Tragó saliva aunque estaba segura de que no iba a pasar de la zona del busto. La causa no era otra que el impactante corsé de raso color rojo sangre que enfatizaba su voluptuoso escote. Dios mío, jamás hubiera imaginado que un poco de presión lograra curvar tanto su figura. Acostumbrada a vestir blusas holgadas y cómodas había olvidado que su figura se desbordaba en las zonas que diferenciaban un cuerpo femenino de uno masculino. Se inclinó levemente y casi se mareó. No podía salir así. Debía taparse con algo pero ya. Le iba a dar un ataque de nervios y el hermano de Mere debía estar a punto de llegar en su busca. Jared Evers ¿Y si hacía el ridículo más soberano y le entraba la risa al ver a una mujer más bien feúcha tratando de ocultarse tras un hermoso peinado, algo de color en el rostro y un impactante vestido? Se moriría del horror y no lo superaría. Toda su vida le habían dicho que era fea, que era vulgar, que nunca destacaría, incluso su marido… Dolió tanto que las palabras seguían marcadas a fuego en su memoria. Siempre esperó una disculpa o un era una pequeña broma, querida de su esposo pero Neil nunca la miró de nuevo a los ojos para decirle que para él era la mujer más hermosa del mundo, que a pesar de todo la quería, que a pesar de haber tenido que casarse con ella la amaba… aunque fuera un poco.

¿Por qué le tenía que temblar el labio inferior cuando algo dolía tanto? Era un signo de debilidad y ella no era una mujer débil. Puede que fuera fea y rechoncha pero era fuerte. La vida le había obligado a serlo y sobrellevaría lo que ocurriera esa noche con la cabeza en alto, costara lo que costara.
-¿Jefa? Evers acaba de…

Estaba distraída. No había escuchado entornarse la puerta. Se giró poco a poco en dirección a Lucas hasta que escuchó la brusca aspiración de aire. La asombrada mirada del viejo le dejó clavada en el piso. Estaba ridícula y no se atrevía a decírselo para evitar herir sus sentimientos. El viejo casi cayó de morros al interior de la habitación con el empujón que recibió de Sampson. La expresión en el cuarteado rostro de éste suavizó en gran medida el alocado revoloteo de mariposas que sentía en la base del estómago.
-Niña, estás hermosa. Si nuestro muchacho no lo ve, es idiota.

La suave risilla que lograron arrancarle casi provocó el estallido de unos de los lazos del vestido pero valió la pena el riesgo, vaya si lo hizo. Adoraba a esos dos hombres que sin una mínima duda se habían ofrecido para cuidar de sus niños hasta que ella retornara de la cena, a la hora que fuera. Que disfrutara del ahogo del jefe. Según sus jocosas palabras era una verdadera pena no presenciarlo. Incluso habían sopesado que uno de ellos acudiera de incógnito para espiar pero lo habían desechado al imaginar la reacción de Marcus si se enteraba que ellos habían sido, en gran parte, los causantes de semejante embrollo.

         Estiró la espalda y cuadró los hombros. Tras un último vistazo al espejo y tras apenas reconocer a la mujer que lucía un elegante vestido que ensalzaba una voluptuosa figura y un rostro de rasgos normales pero fresco y redondeado, enlazó la mano con el brazo que le ofrecía el viejo Lucas.
-Vamos, niña. La reacción del hombre que te espera abajo te hará ver lo que otros ya saben. Que eres inmensamente hermosa.

Con un puño instalado en la base de la garganta, otro el pecho y tras una mirada atrás a sus niños se adentró en lo inesperado.

La boca y unos ojos verdes abiertos como platos y clavados en su escote la intimidaron ligeramente. El ataque de tos masculina tras un rápido parpadeo casi la asustó. Los rudos golpetazos con un puño que se propinaba Jared Evers en su propio esternón sin, al parecer, poder apartar la mirada de ella y las risillas ahogadas de los viejos la hizo gemir con algo de apuro. Aguantó a duras penas la necesidad de taparse el escote con las palmas de las manos.

¡La habían vestido como una descocada mujer de la calle!

 

                                      III

 

         ¡Dios santo! Por un segundo el aspecto del hombre que ocupaba un asiento del apartado de uno de los restaurantes más selectos de la cuidad, le hizo replantearse la pregunta de Julia acerca de si sentía algo por Marcus Sorenson. Era, sin duda, unos de los hombres más hermosos que había conocido en su vida. No era únicamente la figura, tremendamente masculina y perfectamente proporcionada que ahora calzaba como un guante una levita color oscuro y pastalones del mismo tono, que se pegaban como una segunda piel a unos torneados y musculosos muslos. Era el rostro. Unos de los rostros más llamativos y rudos pero a la vez apuestos. Resultaba impactante. Quizá fueran los ojos con ese color tan distintivo o la recta nariz y pómulos marcados o quizá el impactante contraste de ese oscuro cabello tan corto que parecía rapado con el pendiente de aro que le daba un aire de tremendo peligro. Quizá el hoyuelo en la barbilla que suavizaba esos rasgos convirtiéndolos en sencillamente bellos. No le extrañaba que las miradas fueran femeninas o masculinas lo siguieran con fijación. Era un hombre que deleitaba a la mirada hasta que esos mismos ojos se cruzaban con los tuyos. Unos ojos que intimidaban. Por su mente se cruzaron otros, color verde esmeralda, llenos de humor y casi juró por lo bajo. Un juramento de dama, por supuesto. Compuesto y sin estridencias.

         No terminaba de comprender que le ocurría con el hermano de Mere. Se aborrecían y pese a ello no conseguía olvidar sus miradas, sus intrigantes iris y su rebelde cabello. A veces le entraban ganas de pegarle un buen tirón. Si no fuera porque la hermana del susodicho era su íntima amiga, algún mechón ya se habría quedado por el camino. Era Increíble. Ese hombre le estaba amargando la existencia, incluso la posibilidad de disfrutar del inicio de una velada con un hombre interesante. Días atrás se había enterado que la apodaba ardilla ¡Menudo descaro! Daba igual, ya aprendería que las ardillas tenían dientes y mordían. O mejor, perforaban ¿avellanas? ¿castañas? Diantre, ya estaba divagando descontrolada.

Con descuido se deslizó entre las mesas que ocupaban unas pocas parejas. La gran mayoría permanecían libres y eso le sorprendió ya que se trataba de un restaurante muy concurrido pero lo dejó pasar, como un dato más que se desvanece en el aire. Recorrió el local con la mirada. Le agradaba el cálido y elegante ambiente. Las paredes empapeladas en tono crema con hermosos tapices conjugaban a la perfección con cuadros en tonalidades llamativas de la costa inglesa, ubicados en lugares cuidadosamente seleccionados. Las lámparas de cristal reflejaban el cálido tono de las velas desplegando un hermoso juego de luces y sombras. Estaba ideado para ofrecer intimidad y en cierto modo se agradecía la tranquilidad que se respiraba en el salón, mezclada con los susurros que procedían de sus diferentes rincones entremezclados con las suave música que emanaba de un cuarteto de músicos ubicados en una apartada esquina.

Debería tranquilizarse pero su corazón retumbaba al ritmo de sus pasos. Desconocía cómo iba a terminar la noche pero sin duda alguna, iba a ser movida. Más teniendo en cuenta que el fondón iba a aparecer de la mano de Elora con todo la intención de dar al traste con su bien planeada cena y encender el reputado mal genio del hombre que con una sonrisa la esperaba tras haberse levantado del lugar que ocupaba.

El fondón. Sintió su rostro expandirse con la sonrisilla malvada. Le encantaba enfadarle con el dichoso apodo aunque el culpable de semejante guerra encarnizada era él, ni más ni menos. La inició al insinuar que estaba escuchimizada. Ignorante atontado.

Con unos pocos pasos llegó a su destino. Mere le había comentado que, tras considerables esfuerzos, habían reservado una mesa contigua a la que ocuparían Elora y Jared, separada por un elegante biombo y que si bien no ofrecía una visión directa de lo que ocurría al otro lado, el espacio se reflejaba en un espejo ubicado estratégicamente para aquellos casos en que convenía vigilar o espiar lo que pudiera estar haciendo un marido descarriado por encargo de una furiosa esposa. Más de un escándalo había surgido como consecuencia de esa trampa bien ideada. Por un instante observó los preciosos ojos del hombre que iba a disfrutar en primera fila de la cita cuidadosamente planeada entre Jared Evers y Elora Robbins.
-Buenas noches, querida Jules. Me alegra que no te echaras atrás. Luces hermosa y…tapada hasta las cejas.

No pudo evitarlo. Sonrío. Le agradaba ese hombre. Algo en su manera directa de ser le agradaba. Era brusco pero especial.
-Es mi mejor vestido.
-Sin duda, querida. No le falta tela en abundancia. Ha tenido que costar un riñón cuando menos.
La risilla se le escapó.
-¿Qué ocurre?
Madre mía. El hombre era intuitivo. Había percibido su nerviosismo.
-¿Por qué habría de ocurrir algo?
-Un secreto, querida.
-¿Cómo?
-¿Te digo un secreto?
Hombre extraño e imprevisible y directo.
-Tiene usted un curioso tic cuando se muestra nerviosa, Srta. Sullivan. Aparte de la manía de los sinónimos, claro. Y la de farfullar sin control. Sin olvidar la de…
-¡Está bien!

Diantre. Le estaba tomado el pelo descaradamente. Un hombre con un oculto y sorprendente sentido del humor que raras veces podría mostrar en un mundo en el que cualquier tipo de debilidad se percibiría como un flanco por el que atacar despiadadamente. Si era hermoso con el semblante serio, al sonreír era… apabullante. Alzó la mirada al sentir una figura parada junto a su mesa. Incluso el camarero se había quedado petrificado con la mirada fija en el hombre. La situación era divertida. Sorenson hubo de carraspear hasta en dos ocasiones para que el pasmarote instalado a su flanco reaccionara y apuntara la comanda seleccionada entre los exquisitos platos cuyos nombres se desplegaban para elección de los clientes. La boca se le hizo agua. Iba a disfrutar aunque fuera del primer plato, antes de que llegaran sus vecinos y la velada se encendiera. No tenía ni la más remota idea de cómo iba a reaccionar el hombretón sentado frente a ella en cuanto llegara Elora. Y su corsé.  

¡Rábanos! No iba a disfrutar ni tan siquiera del crujiente pan que acababan de depositar junto al plato. Las pupilas de Marcus Sorenson acababan de dilatarse hasta alcanzar el doble de su tamaño. A Jules le asombró la gama de colores y la facilidad con que discurrían los pómulos del pirata de un saludable tono a un pálido, a un extremadamente pálido, a un rosado para pasar a un rojo subido. Impresionante. Impactante y en cierto modo hilarante. Pobre hombre. Estuvo a punto de toquetear las manos masculinas que aferraban con dureza los cubiertos desplegados a ambos lados del plato para asegurarse de que al hombre no le había estallado algo, en alguna parte de ese enorme, rígido y extremadamente bien formado cuerpo. Al final optó por partir con delicadez una esquina del pan y metérselo en la boca.
-¿¡Qué diablos…?!

Acababan de aparecer Elora y el fondón y las ganas de volver la cabeza para observar a la pareja de recién llegados casi la desfondaron. Dios mío, ¿se estaba obsesionando con el dichoso apodo y sus múltiples variaciones lingüísticas? Ella no era una mujer curiosa por naturaleza y además, debía disimular. Teatro. Debía hacer teatro. Y distraer con su entretenida y elegante verborrea al pirata.
-Los caracoles son viscosos, ¿no crees? Cuesta masticarlos.

  

                                     IV

 

         Jared Evers era un buen hombre y se sentía extremadamente relajada en su compañía. Atento, ameno, apuesto y le había repetido en dos ocasiones que estaba hermosa. Su única dura era si hablaba de ella o de su… generosa pechuga, de la cual parecía no poder apartar la descontrolada mirada. Casi gimió en voz alta. Se le había pegado el apodo del viejo Lucas, rayos.

         No podía concentrarse. Imposible. Marcus rondaba por algún lugar del restaurante y Jared le estaba preguntando no sé qué ¿de Jules Sullivan? ¿Algo de sus difuntos padres? Iba a resultar un completo desastre. Su intuición presentía la llegada del caos y ¿por qué diantre había tanto cubierto alrededor del plato? Demasiadas copas de variados tamaños y formas. Se sintió descolocada y algo en su postura debió desprender su estado de ánimo ya que de la nada surgió un juvenil camarero que retiró, a petición del hombre que la acompañaba, la casi totalidad de elementos desafiantes que cubrían dos tercios de la redonda mesa. Una pizca del pavor que de repente la invadió a hacer el ridículo y sorber con ambas manos la sopa despareció.
-No bastamos y nos sobramos con lo que nos han dejado.
Sí. Jared Evers era un buen hombre.
-Gracias.
La rojiza cabellera se ladeó hacía la derecha acompasando la inquisitiva mirada.
-¿Por qué?
-Por hacerlo más fácil. Por evitarme el ridículo.
Dios mío. El hombre tenía hoyuelos en las mejillas. Tampoco hizo ver que no entendía de lo que ella hablaba y eso le agradó. Muchísimo.
-Un placer, mi señora.
No supo el motivo. Simplemente se escuchó hablar casi como si su corazón impulsara las palabras al expulsarlas del pecho.
-¿Por qué te interesa tanto Jules?
Las rectas cejas se arquearon antes de que el hombre soltara un bufido medio queja medio desesperación.
-Incita a mi hermana y la lía en sus extravagantes planes. Es peligrosa. Extremadamente peligrosa. Una descontrolada, a mi entender.

Rio al observar el movimiento negativo de la rojiza cabeza al copiar el suyo propio.
-¿No es así?
-No.
-¿Cómo es entonces, Sra. Robbins?
-¿Se lían y dejan liar mutuamente? ¿Disfrutan planeando al mismo tiempo? ¿Se dejan arrastrar por sus inquisitivas mentes acompañadas de la de Julia? ¿Son espíritus afines y aventureros? Son amigas del alma.

Los verdes ojos se entrecerraron casi como si creyera que le estaba tomando el pelo y Jared abrió la boca pero la llegada del primer plato les interrumpió. Casi babeó. Por todos los… Había oído hablar de este plato aunque jamás hubiera soñado probarlo. Un fumet de lubina cuyo aroma le hacía la boca agua, acompañado de una maravillosa decoración de jugosas uvas blancas y una botella de vino dulce. El acompañamiento perfecto para asentar los nervios del estómago, si conseguía pasar comida por la reseca garganta. No lograba alejar la sensación de sentirse observada. Le ardía el cogote. Con intensidad. Alargó los temblorosos dedos y aferró la copa dando un pequeño sorbo antes de degustar el primer bocado. Estaba sabroso pero el nudo en el estómago permanecía en su sitio.

         Con curiosidad observó el gesto de satisfacción del hermano de Mere tras probar un poco del vino antes de fijar la vista en ella.
-¿Quién es la acompañante de Sorenson?

Oh, oh ¡No había caído! ¿Nadie le habría comentado al hombre que la dama en cuestión era Jules? ¿No le habrían dicho que era la noche de la famosa cena? ¿La mismísima a la que había prohibido acudir a Jules en un arranque de celos exacerbados aunque el hombre se negara a admitirlo? Tragó saliva. Esto iba de mal en peor por lo que optó por hacer lo único lógico y sensato. Esquivar de refilón la pregunta como una experta sin mentir descaradamente.
-¿Una conocida?

Por encima del borde observó cómo el hermano de Mere, tras asentir y quedar medianamente satisfecho con la respuesta, seleccionaba con cuidado una de las uvas más redondas y relucientes del racimo y la introducía con deleite en su boca. Su cerebro se desentendió de lo que le indicaba su sentido común al formular impulsivamente la pregunta que llevaba quemándole la lengua desde el inicio de la velada. Si Jules Sullivan estaba dispuesta a ayudarla ella no iba a ser menos. No señor. Esa mujer se merecía un buen hombre y hacía la pareja perfecta con el que chupaba con fruición la fruta antes de aplastarla con los dientes aunque ninguno de los dos lo admitiera. Eran tercos pero ya estaba ella para ablandarlos. Y para juntarlos.

-¿Hace mucho que la amas?
Resultó un arco perfecto. Delicado y al mismo tiempo asombroso. La puntería infalible. De la boca al canalillo formado entre sus apretujados pechos en un camino sin retorno. Si hubiera sido una artista no hubiera dudado en plasmar la expresión de horror, rubor, asombro y logro en los perfectos rasgos del hombre que acababa de escupir la redonda uva para evitar atragantarse y ahogarse. El resto se debió a su pura mala suerte. El grano de uva quedó atascado entre sus blancos y blandengues pechos. El largo dedo índice de Jared Evers apuntaba en su dirección mientras trataba de recobrar la voz. Vaya, el hombre tenía los ojos enormes. Con asombró se dio cuenta que ese dedo se acercaba lentamente a su pechuga ¡¿No se iría a atrever?! Desesperada hurgó para extraer el objeto extraño pero lo hundió un poco más entre sus senos. Sentía los mofletes a punto de estallar al percibir la figura masculina inclinarse en su dirección y alargar aún más la mano hasta casi sentir el calor que desprendía su roce en el escote.

Para su horror y completa vergüenza, a su izquierda surgió sorpresivamente una tercera figura en la forma de un camarero que no pasaría de la veintena que se afanaba en ofrecerse a sacar por su cuenta la fruta del lugar de discordia para evitar que se formara un escándalo en el comedor, que lo podía hacer con ambas manos aunque también era muy hábil con la boca. Sin olvidar lo de silencioso y… habilidoso ¿Acababa de escuchar una risilla provenir de Jared Evers? No se lo podía creer. Condenado hombre ¡Se mofaba de la situación! Palmoteó la mano del camarero cada vez más cercana a su escote cuando un rugido sonó a un paso de distancia. El joven colocado a su lado, botó  del susto. Por Dios, conocía ese sonido como si fuera su propio berrido. Marcus en pleno ataque de ira. De la nada la gigantesca figura apareció al costado de Jared.

-¿¡Qué diablos es esto, Evers?! Y ¿¡Qué haces aquí con mi muj… con ella?! –la extendida mano masculina de Jared dudó en el aire. La del jovencísimo camarero se atrevió a acercarse otro poco más. El aire que circulaba a su alrededor casi se pudo mascar- Tocad la carne y os… cortó… el brazo.

         Elora deseó ser pequeñita y escurrirse debajo de la mesa pero el endemoniado corsé restringía sus movimientos. Alzó la mirada y la boca se le secó de golpe. Marcus estaba lívido y dividía su atención entre la mano de Jared, los largos y delicados dedos del camarero que temblaban como una hoja como si la mente del joven tratara de ralentizar su impulsivo avance mientras parecía incapaz de parar la profusión de babas que su aventurado escote generaba y la odiada e invasiva uva, cada vez más espachurrada. Sin poder evitarlo se tapó con la palma de la mano el escote. Con sendas palmas, para cubrir más extensión.
-Un poco tarde, ¿no crees, mujer? ¿Qué diablos haces aquí con éste?

La sorna en la voz de Jared no se hizo esperar.
-¿No es evidente, Sorenson? Jugar a la diana con uvas antes de saborear el  plato fuerte.

El rostro de Marcus se tornó morado.
 

                                      V
        

         Lo que le faltaba. Un encontronazo que no esperaba que surgiera tan pronto. Si el memo del camarero dejara de babear ante el portentoso escote de Elora quizá consiguiera tranquilizar a Sorenson ¡Diablos! Mere se las iba a pagar por meterle en semejantes jaleos ¿Cómo era posible que fuera incapaz de responder un simple no a su hermana menor? O a su abuela. O a su madre. O a todo ser con faldas. ¡Las mujeres podían con él, demonios! Siempre lo liaban. Todas menos ella. Ella le amargaba la existencia. Le desconcertaba. Le encendía su poco habitual mal genio y le llevaba por la calle de la amargura. Por lo menos, había desistido de sus inapropiados tratos con el energúmeno que como un torreón no se separaba un ápice de su costado. Condenada Jules Sullivan, hija de padres inexistentes, malcriada por sus abuelos, mente pensante de los planes del dicho club ese de su hermana y su castigo sobre la faz de la tierra. Mere no soltaba prenda acerca de su vida, su historia, su carencia de padres y eso le carcomía porque, lo admitía, era un cotilla irreverente que por alguna extraña razón sentía una ligera obsesión con esa brujilla y su hermana disfrutaba a rabiar ocultándole datos necesarios para contratacar los imprevisibles planes de esa mujer. Una obsesión poco saludable que últimamente incluso le impedía conciliar el sueño.

-¡Elora tiene hijos, Evers!

¿Eh? ¿De qué diablos hablaba Sorenson? Joder, y ¿qué demonios hacía Elora hurgando en ese cremoso escote mientras refunfuñaba que sí, que tenía hijos pero eso no significaba que estaba muerta en vida? Por un segundo casi le dio un ataque de risa. El rostro de Sorenson se había tornado de un tono semejante al de una remolacha al escuchar la protesta de Elora y observar la maniobra de la dama para casi gruñir a continuación al ver como el barbilampiño camarero se relamía con fruición. Pobre hombre. Sorenson estaba pillado hasta el cuello. Bueno, era cuestión de caldear un poco más el ambiente tratando de esquivar un indeseado puñetazo. Para eso estaba aquí, ¿no?  Allá iba.

-Suerte que tienen de disfrutar de una madre tan generosa en ciertos aspectos. Bien alimentados han de estar, ¿no crees? Y para tu información la dama me ha prometido un suculento postre y… pienso disfrutarlo.

Oh, oh… Se había pasado. Entre su pura e indecente provocación y el extraño sonido que acababa de surgir del camarero junto con su libidinoso están hechos para ser adorados farfullado por el joven babeante, la situación se fue al traste en un segundo. Un puñetazo de Sorenson introdujo en el mundo de los sueños al idiota imberbe que como un saco cayó sobre Elora con la cara aplastada contra sus pechos. Su sueño hecho realidad y ni se había enterado el pobrecillo. Menudo desperdicio. Eso era lo que se definía como pura mala suerte. Pues sí que estaba furioso el animal de Sorenson. Con un gruñido apartó al joven que apretujaba a Elora contra el sillón que ocupaba y se volvió como una fiera en su dirección ¡Maldición! Tenía una buena pelea entre manos ¡y el muy cabrón tenía la sacudida de un buey! Entre resoplidos, bufidos y golpes escuchaba de fondo los chillidos de Elora de que pararan de inmediato, que eran unos críos y que iban a avisar a la policía si no lo dejaban en ese mismo momento. Que iban a destrozar el local y por los sonidos de los muebles crujiendo al caer ambos contra ellos, no le faltaba razón a la mujer pero cuando dos hombres se encendían, no había salida. El camino de no retorno. Era cuestión de molerse a palos. Hacía mucho que no luchaba con sus hermanos y una buena pelea aligeraba tensiones. Trató de contestar pero un certero golpe en la boca le quitó las ganas de hablar. Escupió sangre. En la lejanía escuchaba otra voz femenina gritar a pleno pulmón. Por un segundo le pareció sentir la presión de unas pequeñas manos contra su espalda pero no era posible. Diablos, ¡imaginaba a Jules Sullivan hasta en la sopa! Un puñetazo en el estómago le hizo expulsar todo el aire de su caja torácica pero disfrutó inmensamente con el gruñido de Marcus al chocar su puño contra su mentón. Ese había tenido que doler y de lo lindo. Todo se tornó rojo a su alrededor y se lanzó a la pelea con todas sus ganas. Entonces lo escuchó, alto y claro. No como en una nube o en la lejanía. No. Casi junto al oído.

¡Para ya, fondón! ¡Ahora mismo!

Fue como una maldita jarra de agua fría sobre su cabeza en un tórrido día de verano. Su mente hilo todo en un segundo pese al dolor que sentía en el cogote de un golpetazo contra el suelo. Era ella. Ella era la acompañante de Sorenson esa maldita noche. La mujer que… Se escuchó a si mismo berrear como un desquiciado un quieto ahí un momento a Sorenson y se incorporó, quedando de rodillas en el piso. Como girara la cabeza tras apartar sus endemoniados mechones y frente a él encontrara la menuda figura de esa mujer, iba a estallar. Carecía del más mínimo sentido común  y ¡le había vuelto a llamar fondón!

Ahí estaba. Roja como un grullo, con el ceño y labios fruncidos y su maldito corazón dio un vuelco inesperado. Sentía la sangre correr suavemente por su barbilla y a Sorenson farfullar algo en dirección a Elora. La brusca aspiración de ésta y algo semejante a un soy una mujer viuda, libre y hago lo que me entra en gana, buen hombre. Pese a ello, él no podía apartar la mirada de Jules, de esos suaves pómulos y esa ovalada cara. Dios, era preciosa. Incluso con ese horror de vestido que le hacía parecer una monja de clausura le parecía una mujer… hermosa. Una mujer con la cual estaba enfadado. Más que enfadado. Enfurecido. Se restregó la manga de la camisa por la parte inferior del rostro y con un movimiento fluido se levantó quedando el rostro del pequeño demonio a la altura de su pecho.

Entonces se le iluminó el cerebro. Diablos, era portentosa la idea ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Se acercaba la maravillosa oportunidad de pillar a esa mujer en sus redes y que no pudiera escapar. Totalmente desprevenida. Los silbatos de la policía le supieron a gloria.

Cazada y pillada.

 

                   VI

 

Iba a subir un escalón en la organización y si tenía suerte incluso se adentraría en el círculo más cercano al jefe. Scott Glenn como mano derecha de Martin Saxton. Sonaba bien, muy bien. Se había esforzado en hacer la vida imposible a Clive Stevens y disfrutaba con ello. Las miradas de rabia del pelirrojo a sus comentarios le encendían. Esperaba el momento de que el jefe le permitiera darle un buen susto y lograr un buen punto a su favor pero la situación había mejorado sin preverlo. Disfrutaba de una racha de buena suerte y no iba a desperdiciarla.

A esas horas permanecían de guardia tres hombres, aparte de él. Había asumido voluntariamente el turno de la noche ya que era el momento de mayor actividad en los túneles. Si había problemas él estaría atento y lo arreglaría sin que el cabrón del nuevo superintendente metiera esos morros donde no debía. Cabrón peligroso. Hacía preguntas certeras y provocaba una inquietud en él que jamás había sentido previamente salvo ante Saxton.

La situación había dado un vuelco inesperado con la llegada de cuatro detenidos a comisaría con ocasión de una buena trifulca en un restaurante. Dos mujeres y dos hombres. Uno  de ellos era más que célebre entre el gremio. Marcus Sorenson. No le conocía en persona pero ahora entendía su merecida fama. Un hombre del que convenía permanecer apartado. El otro era un desconocido demasiado guapo para ser un hombre. Algo en el aire que lo envolvía hablaba de tranquilidad pero también de amenaza encubierta.  Una de las mujeres, diablos, era despampanante. Al escuchar su nombre de labios de la patrulla que los acompañaba casi pegó un salto. No se lo podía creer. Uno de las malditas piezas del plan en comisaria. Uno de los eslabones. Desconocía el motivo del sobrenombre pero debían ser localizados y trasladados ante el jefe en un plazo inferior a una semana para su entrega ¿A quién? Lo ignoraba. Tampoco le importaba Sabía que Saxton ya había ideado la manera de que la mujer cayera en sus redes pero a un caballo regalado no se le miran los dientes. El maldito eslabón había caído en sus abiertas manos y no iba a dejarlo escapar. La mismísima mujer de la que no apartaba la vista el tal Sorenson.

Su mente iba formando un plan y comenzaba a disfrutar de él. La otra mujer era preciosa y elegante. Se percibía a la legua que era de la alta sociedad pese a las pullas que lanzaba al del cabello rojizo y al que continuamente se refería como fondón entre dientes. Eso sí que era raro ya que el hombre estaba en evidente plena forma ¿Estaría chalada como la que se les había escapado y no conseguían localizar pese a haber peinado varias veces todos los recovecos del maldito hospital de San Bartolomé? Su aspecto era sano y desde luego su actitud no se asemejaba en nada a la de una prometida. El chillido que había lanzado al escuchar de boca del identificado como Evers que estaban prometidos, que así lo hicieran constar en el papeleo oficial y que por ello habían acudido a cenar en la intimidad, para disfrutar en soledad de una cena, casi le estalla los tímpanos. Una prometida no debiera decirle a su hombre que su mente desbarraba y que la iba a meter en un lío o que no le perdonaría jamás y que antes muerta que casarse con un fondón metete y abusón. Una mujer extraña. Bonita pero extravagante. De carrerilla había lanzado al menos seis insultos semejantes pero diferentes y con ellos lo único que había logrado era la risilla de satisfacción del hombre. Esos dos no le interesaban demasiado.

Maldita sea, el tal Sorenson se había fijado en él y algo había susurrado al otro hombre, tensándose ambos al mismo tiempo. Era intuitivo el muy hijo de mala madre. Esos ojos no apartaban la mirada de él.

No tardaron en reseñar datos y rellenar el papeleo. Despachó a los jóvenes agentes quienes obedecieron pese a la suspicaz mirada del más joven pero sin el apoyo de su veterano compañero no se atrevió a contravenirle. Bien. Había llegado la hora de actuar. Esperó con impaciencia a que encerraran a sus nuevos invitados y que la entrada a comisaria quedara desierta. Uno de sus hombres se colocó en el mostrador de entrada para controlar cualquier imprevisto. Observó que ambos lados del estrecho pasillo que daba a la galería de las celdas estuvieran desiertos, ordenó a su compañero que no dejara pasar a nadie si no quería tener problemas serios y que diera aviso a Saxton de que tenían en su poder a uno de los que buscaban pero que disponían únicamente de un par de horas hasta la llegada del relevo.

Sonrió antes de acceder a la zona de calabozos. Le agradaba el frío que siempre hacía en la zona. La humedad. Le recordaba a los túneles y a su secreto. Los cuerpos mutilados, la sangre, camuflar el horror. Hasta el momento el doctor no había localizado lo que buscaba y se impacientaba presionando a Saxton. Maldito chiflado. Una pena que fuera la llave al único pasillo de acceso.

A su espalda cerró el portón que daba a la galería de calabozos. Un pasillo central bordeado de caldas individuales para los más peligrosos a un lado y otras, de barrotes, que permitían observar a quienes las ocupaban, en el extremo contrario. Una sencilla mesa y un par de sillas contra la pared para la comodidad del vigilante era el resto del mobiliario que acomodaba la zona. Siguiendo sus órdenes habían introducido a las dos mujeres en una de las celdas abiertas. Los dos hombres en la contigua. La boca se le estaba haciendo agua al anticipar el momento. Iba a disfrutar de la macabra escena.

Con su llegada Sorenson y el del cabello largo se irguieron, apostándose junto a los barrotes. Entre su celda y la que ocupaban las mujeres había un espacio que abarcaba la longitud del brazo de un hombre. Un medio efectivo de evitar el contacto entre los ocupantes de las celdas y un punto a su favor. Esos dos eran inteligentes. Intuían que algo iba a ocurrir. Ignoró las palabras del primero al pasar delante de ellos ya que su atención estaba centrada en la mujer del vestido rojo. La madre. El misterio y quizá las respuestas. Una pena que hubieran de sacrificarla. Era… sabrosa. Quizá pudiera disfrutarla un poco antes de entregarla. Quizá… ahora. No le supondría mayor esfuerzo atontar a la otra y los hombres estaban encerrados. Impotentes para evitar aquello que decidiera hacer. Le ardían las manos de la emoción.

Lanzó una sonrisa en dirección a Marcus Sorenson y antes de escuchar sus palabras supo lo que iba a decir. Un hombre intuía las intenciones de otro en relación a una mujer y algo le decía que para Sorenson esa era su mujer. Iba a ser divertido. Si las tocas, te mato, hijo de puta. Su carcajada retumbó en las paredes. Pausó un segundo ante la puerta de la celda y fijó la mirada en ellas. Sí. Iba a disfrutar domando a la que Saxton buscaba. Era peleona. Se había colocado frente a la delicada pese a que ésta no parecía querer ser protegida sino que trataba de colocarse a la par de la otra. Por un segundo dudó. Quizá las estaba subestimando pero era una ocasión única y no iba a arruinarla. No sabía que le provocaba más excitación, si la sensación de poder hacer cuanto quisiera con una mujer o el placer de presenciar la impotencia del hombre que la quería al verlo sin poder hacer absolutamente nada..

Su compañero de patrulla le decía con frecuencia que estaba enfermo. Se carcajeó de nuevo provocando un respingo en las mujeres. Tenía razón.

Más razón que un santo.

 

 

                                      VI

-Elora, ese hombre te mira raro.
-Colócate detrás de mí.
-No.
-Jules…
-¡No!

         Jules desvió la mirada hacia Jared y le asustó la expresión de su rostro. No era la del hombre que creía conocer sino la de un hombre capaz de matar. Asía con ambas manos los gruesos barrotes y sus nudillos estaban completamente blancos. Nada decía pero al igual que Sorenson no apartaba la mirada del hombre que seleccionaba con cuidado la llave y la introducía en la cerradura de su celda ¿Por qué diantre entraba en la celda? ¿No debiera esperar unas horas a que las sacaran de ahí tras abonar lo que fuera que hubiera de pagarse? Y ¿por qué miraba así a Elora como si hubiera localizado algo que le iba a reportar fortuna? Su estómago se encogió al escuchar la ronca voz de Jared. Tócalas y no saldrás vivo de aquí.

         Era corpulento y a ella le sacaba por lo menos una cabeza de estatura. A Elora bastante más. Pegó su costado al de su amiga y se movieron al unísono, en dirección contraria a los pasos del hombre. Su corazón golpeteaba furioso en el pecho y lo único que escuchaba eran las profundas respiraciones de Jared y Marcus al otro lado. No hablaban. Dios santo, ¡el hombre era un policía y actuaba como un mafioso! Amenazador y repulsivo.

Quizá pudiera razonar con él. Habló con voz temblorosa pero su ni se le ocurra acercarse más, no sirvió de nada salvo para que una mueca escalofriante apareciera en el rostro del hombre. Flexionó las piernas para coger impulso sin saber muy bien la razón pero su mente quedó en blanco al observar como el policía extraía un arma y la alzaba con el brazo extendido en su dirección. No. No en su dirección, sino hacia la celda en la que permanecían ellos. Con pulso firme el hombre le habló directamente a ella.

-Acércate, linda o lo mato.

Sintió en la cadera el brusco apretón de los dedos de Elora, reteniéndola a su lado pero el angustioso movimiento circular del oscuro cañón la congeló.

-No lo pediré una segunda vez, linda.

Lo escuchaba todo en la lejanía. Los gritos de Jared de que ni se le ocurriera hacerlo, que no pasaba nada, que se mantuviera alejada y de repente, el sonido. Dios mío… El sonido del disparo y el fogonazo inesperado. El gemido de esa voz masculina que estaba grabada en su mente, el chillido de Elora y el rápido movimiento de ésta abalanzándose sobre el horrible hombre. El rugido de Sorenson y el seco sonido de un brutal golpe. Tan rápido. Fue todo tan rápido que apenas dispuso de tiempo para reaccionar antes de apartar la mirada del cuerpo caído de Elora, carente de sentido y sentir la presión de unos dedos contra el lateral de su cuello y los duros barrotes contra su espalda. Percibía un fuerte murmullo en la mente como si escuchara el veloz discurrir de la sangre agolpándose y los gritos. Los angustiosos gritos. Gritaban que la soltara, que como la hiciera daño, lo iba a descuartizar. Nunca había escuchado tanto miedo y rabia en la voz de un hombre. En la voz de Jared Evers, Intentó hablar, decir que no pasaba nada, que todo iba a salir bien, que no quería escuchar ese sonido de pura desesperación en él pero los dedos se lo impedían. Se le aflojaban las piernas y los extremos de la celda se achicaban ¿Por qué se encogían? Se… oscurecían y con ellos la claridad de esa voz, de los gritos del hombre que pedían por ella, que suplicaban por ella.

La celda se cerró completamente y con ella, esa hermosa voz.

 

                                      VII

 

         No podía estar pasando. Se escuchaba a si mismo gritar y a su lado, la pura desesperación desgarrar las cuerdas vocales de Evers. No sabía lo que decía, sólo que debía pararle. Como fuera. En cuanto lo observó traspasar la puerta supo que tenía malas intenciones. Lo sintió en los huesos y un escalofrío helado le recorrió la espalda. No las podían alcanzar. No la podía alcanzar o salvar y eso lo estaba matando. Lentamente. Presenciar el brutal puñetazo dirigido a Elora fue como sentirlo en sus carnes. Deseó haberlo sentido él y nunca ella. No ella. No la mujer que era como una roca, siempre a su lado. Callada o parlanchina. Divertida o gruñona. Única. La misma cuya desmadejada figura permanecía tirada en el suelo. Joder, de la desesperación había conseguido doblar unos de los barrotes pero no terminaba de ceder. Empujaba con desesperación. Le sangraban las palmas pero no sentía dolor. Sólo tormento.

         Nunca creyó que suplicaría de nuevo en su vida por una mujer pero por ella… Dios, por ella daría la vida.

         La delicada forma de Jules Sullivan se deslizó lentamente, hasta quedar sentada en el suelo contra los barrotes ¡Ese animal la había matado! Escuchaba a su lado la desgarrada voz de Evers pero debía pensar. Tenía que  distraer al hombre que con movimientos pausados se dirigía hacia Elora, tras colocar de costado el cuerpo de Jules en el suelo. Hijo de la gran puta… Respiró un poco al darse cuenta de que el pecho de Jules se movía. Lentamente pero ahí estaba. Vida. Estaba viva y deseó que no recobrara el sentido. Que quedara quieta. Debía sobrevivir y lo haría si quedaba quieta.

         Apretó los barrotes con el pecho ardiéndole. Casi no podía respirar. Extendió el brazo entre ellos pero sus dedos no llegaban más allá de los que cercaban a las figuras del otro lado ¡No la toques, cabrón! El odio hacia el hombre que se atrevía a tocarla lo quemaba por dentro. Deseó poder matarlo en un segundo, que la jodida figura se apartara de ella. Se escuchó a si mismo ofrecerle su mundo, su vida, su sangre, todo si la dejaba ir. La respuesta fue un no. Una única palabra que le rompió por dentro. Recorrió el perímetro de la celda buscando puntos débiles, la maldita roñosa cerradura. Las patadas apenas la movieron. Los golpes con su cuerpo tampoco. Por favor… Ni siquiera la de ambos empleándose a fondo. Un suave gemido femenino centró de nuevo su atención ¡No! No…

         Los dedos de Elora se cerraron. Recobraba el sentido. Se lanzó contra la separación y sacudió con toda la furia que pudo reunir. No podía apartar la mirada de lo que iba a ocurrir. Ella necesitaba saber que estaba ahí, que estaba…
-Vaya, vaya… Desconocía que la zorra importara tanto al gran Sorenson.
Cabrón enfermizo. Los ojos azules del policía se clavaron en él.
-Aunque no me extraña. Es hermosa y tiene fuego, ¿verdad? ¿Es apasionada? ¿Lo es? –Una mueca enfermiza deformó el rostro del hombre- Una pena que deba morir.

Las dos últimas palabras le helaron la sangre. Tiempo. Necesitaban tiempo.
-Dime lo que quieres y te lo daré.

La codicia brilló por unos segundos en esa mirada pero no tardó en desviar su atención hacia esos redondos ojos castaños que comenzaban a abrirse.
-Ya tengo lo que quiero. El me dará lo que busco cuando se la entregue.

La bilis le subió por la cerrada garganta al presenciar la caricia de uno de los dedos masculinos sobre la parte superior de los pechos de Elora. Maldita sea. Debía forzar su atención en otra cosa.
-¿A quién?
La atención del hombre seguía en ella. Demasiado cerca. Gritó con rabia.
-¡¿A quién?!  

El sonido de la puerta de entrada llenó el cerrado ambiente. Ya llegaban. La sensación de alivio fue tal que aflojó el agarre de los barrotes.

-A mí.

         En cuanto escuchó la fría y refinada entonación masculina lo supo. Era inconfundible aunque no lo conociera. Alto, casi tanto como él, elegante, musculoso, apuesto y desprendía tal sensación de cruda frialdad que provocaba un rechazo inmediato. Sus sentidos se encendieron con brutalidad avisándole de un peligro. A su lado Evers reaccionó tensando hasta el último de sus músculos.

         Martin Saxton.

         Los claros ojos se centraron en los suyos. Apenas prestó atención a lo que ocurría en la celda contigua a la de ellos, salvo para hacer un sutil gesto al jodido policía, quien con un fluido movimiento cargo en sus brazos a Elora. Dios… Se ahogaba. Se la llevaban y él… no podía hacer nada. Sintió tal odio en su interior que casi notó resquebrajarse algo por dentro..
-Te cogeremos. Tarde o temprano.

La voz de Jared sonó clara. Segura. La figura del hombre que odiaban a muerte se aproximó lo suficiente como para que casi le pudieran rozar, pese a las dos filas de barrotes que los separaban. Esos ojos sin vida se clavaron en él, tras observar con atención a Jared.
-¿Qué tal está Meredith? ¿Ha echado en falta mis atenciones?

Era… complicado. No apartaba la mirada de él pero se dirigía a Evers. Le provocaba. Disfrutaba haciéndolo. Ella no le importaba sino que lo que para ese enfermo valía la pena era gozar de la reacción de aquellos que adoraban a Meredith Evers al intuir el peligro que la acechaba. Eso era lo que movía al hombre que no apartaba la mirada de ellos. Le enardecía el miedo que provocaba en otros saber que sus seres queridos podían sufrir.

Conocía a los de su calaña. Los conocía demasiado bien. Había convivido con ellos, había luchado contra ellos y había perdido parte de su alma en el camino.

         Se mordió la lengua al ver desaparecer al policía con su carga en brazos. Fue lo más duro que hubo de hacer en su vida. Peor que permitir alejarse a su hermana, odiándole. Ver desaparecer la figura de la mujer que había conseguido ablandar su corazón. El pecho le dolía. Sintió el duro frío contra la frente. Olía su propia sangre. La notaba resbalar por las palmas de sus manos y sus antebrazos. Por su mejilla y labio pero no lo sentía. Su corazón no estaba con él sino con la mujer que lo sacó una vez del infierno y a la que únicamente había respondido con ignorancia y malos modos. La misma que se llevaba su corazón con ella. La mujer que le había robado el alma y que no lo sabía. Su mujer.

Con una extraña calma clavó su mirada en Martin Saxton.

-Si Peter Brandon no te mata, lo haré yo.

Era una promesa. No eran palabras huecas y el hombre que permanecía inmóvil frente a él las entendió, aceptándolas con un sencillo gesto de aceptación y un intenso brillo de interés en los claros iris.

-Estaré esperando, Sorenson, pero no olvides…

Aguantó la respiración y tensó la espalda. Iba a matar a ese hombre, tarde o temprano.

-… que ella es mía ahora.

El barrote cayó al suelo debido a la inmensa presión ejercida por su puño provocando un chirriante sonido metálico al rebotar contra el duro duelo. Muy semejante a la risa del maldito hombre que con ágiles pasos se alejaba dándoles la espalda. Riéndose como si el haber destrozado en un instante el mundo de uno de los hombres que dejaba atrás no valiera nada.

Ni siquiera una mirada.

 

                            *****