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viernes, 30 de noviembre de 2012

capítulo 3 de "Amor entre las sombras"

Allá va , el siguiente capítulo. Como siempre , ojalá os guste y os mando un abrazo enooorme. Comienza el jaleo...
Bego

CAPÍTULO 3

-Da grima el maldito pabellón.
La frase de Clive resumía a la perfección el sentir de ambos. La manera en que trataban a los hombres recluidos o, mejor dicho, hacinados en las frías celdas les ponía la carne de gallina. Los rostros asomados entre los barrotes que los alejaban del mundo exterior lucían demacrados. Desnutridos. Y el personal que debiera cuidarlos, los desatendía sin pudor alguno.

Rallaba el maltrato, por dios…

Esos ojos de variados colores fijos en ellos al dirigirse con rapidez hacia la celda del interno que mantenía haber hablado con la enfermera Gates hacía un par de días, justo antes de su desaparición, les erizaba la piel. Literalmente hablando.
Merecían ser tratados con un mínimo de humanidad y cuidados. No abandonados a su suerte en ese lúgubre lugar.

El costado de Clive casi rebotó contra el suyo al apartarse de un escuálido  brazo que se había colado entre los finos barrotes al tiempo que una cavernosa voz elogiaba su cabello.
Color sangre…repetía la voz en forma de letanía, perdido el control. Cabello sangre… ¿Me lo dejas probar?

Lo dejaron atrás a paso veloz, deteniéndose al fondo del pasillo. La llave se introdujo en la cerradura y giró con esfuerzo pero antes de abrirla el celador volvió la cabeza con precisión en su dirección.
-No se acerquen. No le miren directamente y bajo ningún concepto digan sus nombres u otros datos personales.
Clive y él cruzaron miradas mientras el celador continuaba enumerando las inacabables advertencias.

Repartan las preguntas para evitar que se centre en uno de ustedes.

Si se acerca, retírense.

Si ríe, salgan de inmediato de la celda.

No le permitan controlar la conversación y a ser posible oculten sus rasgos.

¡Diablos!

Con aprensión toqueteó la culata del arma que llevaba al cinto y de reojo observó el mismo gesto tranquilizador en Clive.
-¿No esperamos a que llegue el médico?
-¿Qué médico?
¿Acaso además de incompetente estaba atontado el hombre?
-Con el que habíamos concertado la cita.
-¿Quieren esperar?
-No he dicho eso.
Un rictus desagradable desfiguró el rostro del celador antes de que hiciera un ademán con la mano invitándoles a entrar en la celda. Menudo idiota integral.
-¿Usted no nos acompaña?
La estruendosa risa acompañó el final de la pregunta formulada por Clive.
-Ni aunque me pagaran una fortuna entro yo en la celda de ese. Me quedaré aquí fuera por si la arma.
-¿Armarla?
-Sí, ya saben…
-No. No lo sabemos.
-Por si intenta morderles un pedazo.
¿Qué?
La rasposa voz de Clive manó tras un leve carraspeo.
-¿Un pedazo de qué?
-De carne. Siente debilidad por los traseros y…los dedos. Por eso no tiene asignado compañero de celda.

La madre de...

Se prepararon para cualquier cosa.

Lo que jamás imaginaron fue lo que les recibió en el interior de esa mugrienta celda.

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Al otro lado de la calle permaneció parado un buen rato contemplando la comisaria que se convertiría en el futuro inmediato en su nuevo lugar de trabajo. Había habido momentos en los que realmente creyó que rechazarían su petición pero un apellido aristocrático, un par de acertadas y oportunas reuniones a puerta cerrada unidas a una descomunal fortuna a sus espaldas ostentaban mucho poder. Incluso hoy en día en que las costumbres parecían estar dejando paso a lo funcional, el apellido  Torchwell callaba todo tipo de protestas.

Notaba las miradas sobre su persona de los transeúntes y un par de agentes de uniforme salían cada pocos minutos al exterior del edificio de líneas clásicas  ubicado al otro lado de la calle para vigilarle. Una irónica sonrisa se hizo hueco en su cara. No era de extrañar…
A él también le hubiera llamado la atención un hombre de más de metro noventa, que llevara quieto con la mirada fija en un punto determinado durante un buen rato, sin mover un músculo de su cuerpo. Los viandantes cruzaban la carretera para evitarle y tampoco le extrañó. Desde joven había provocado esa misma reacción en la gente.

Quizá fueran esos malditos ojos…que le habían hecho destacar toda su vida y que odiaba…

Quizá el aire de frialdad que exudaba…

Le importaba poco.

Rompió su quietud avanzando a grandes pasos hacia los escalones de entrada a la comisaría y desde los escasos  metros de distancia que debía recorrer apreció la alarma que causó su repentino movimiento en el único agente que había quedado en el exterior, vigilante.
Lo ignoró cruzando con rapidez la puerta de entrada a la comisaria y casi pudo notar el malestar que causó al policía de mediana edad.

Ahora no disponía de tiempo para recepciones pomposas. Un día de retraso en tomar posesión de su nuevo cargo era más que suficiente como para perder el tiempo en idioteces.
En dos pasos estaba en pie frente al mostrador de recepción y para variar el agente entrado en años se le quedó mirando fijamente, sin disimulo alguno…y sin reaccionar.

Otra vez.

Carraspeó lleno de incomodidad. Toda una jodida vida y no terminaba de comprender la razón por la que su rostro dejaba a la gente atontada, con las miradas fijas en él.
-El superintendente Torchwell.
Un leve parpadeo retornó al agente al mundo de los lúcidos.
-No ha llegado aún, señor.
Pues empezaban bien…
-Yosoy el superintendente Torchwell.
Exhibió con rapidez la orden de traslado y amablemente pidió al buen hombre que le indicara el camino a su despacho. A su alrededor apreciaba el silencio que se había originado con su llegada y las miradas clavadas con curiosidad  en su persona. Los suaves y persistentes cuchicheos…la intriga…

No era bien recibido aunque tampoco le suponía una sorpresa.

Todos creían que el traslado tenía su origen en una necesaria  limpieza organizada por el propio ministerio y no erraban demasiado. Simplemente desconocían lo esencial…
El escándalo generado con los robos en los hogares de las familias adineradas de la ciudad y el chantaje a sus mujeres , la corrupción desvelada en el mismo centro de la comisaría en la que iba a trabajar ,el hecho de que el maldito caso de las peleas clandestinas no estuviera aún cerrado y la escapada de Saxton como uno de los máximos responsables de que numerosos policías se vendieran a cambio de pequeñas fortunas, era una espina clavada en el mismo centro de la supuesta honestidad de cuerpo de la policía metropolitana londinense.

Sus superiores habían sido claros.

Si debía cortar cabezas, que así fuera. Querían cerrar el caso de las peleas clandestinas y localizar el destino de las parejas secuestradas y desaparecidas y el tiempo…se les echaba encima. Los cuerpos no desaparecían como por arte de magia. Si los tiraban al Támesis, tarde o temprano salían a flote con la marea, como había ocurrido en algunos casos. Si los tiraban a la calle no tardaban en ser descubiertos…

Las denuncias de las familias se iban acumulando y ellos seguían sin respuestas, salvo las pocas que habían llegado a descubrir al capturar a los Bray. La punta del iceberg. Sólo eso habían logrado arañar..
       
Pero incluso encarcelado  Roland Bray seguía sin soltar prenda y algo se les escapaba. Y a él le había tocado el premio gordo. Destapar lo que fuera que tantos pretendían ocultar por encima de todo. Eso y vigilar al pecoso con el que aún no había tenido ocasión de hablar…como dos personas racionales y adultas. Y enfadadas.

Diablos…

Se estaba cabreando sólo de pensarlo.

Degradado de superintendente a inspector y todo por…Robert Norris. El maldito Norris, por el que al parecer el pecoso sentía cierta  debilidad. Una punzada demasiado familiar en medio del pecho le enfureció aún más…
Tan distraído estaba con sus enredados pensamientos que apenas apreció que habían alcanzado la entrada a su nuevo despacho. De un suave empujón el veterano agente que le precedía abrió la puerta dándole acceso a una estancia espartana pero en cierto modo cómoda. Amplia e iluminada, le agradó. Una hermosa mesa de nogal y dos sillas colocadas al otro lado. Prácticas baldas ancladas a las paredes, un perchero de tres brazos y un armario de dos puertas completaban el mobiliario. No esperaba más.
-¿Necesita algo más, señor?
Tocaba trabajar.
-¿Su nombre?
-Agente Strandler, señor.
Le agradaba la clara mirada de ese hombre entrado en años y con arrugas de experiencia alrededor de los ojos.
-Localicen al inspector Stevens y reúna a los mandos intermedios. En diez minutos los quiero en la sala de reuniones  de la planta baja.
Eso llamó la atención del agente.
-¿Conoce usted nuestra comisaría, señor?
-Sí.
La curiosidad asomó a los oscuros ojos del agente pero no se atrevió a ahondar más. Antes de salir por la puerta se dirigió de nuevo a él.
-Señor, el inspector Stevens no está localizable en estos momentos.
Se tensó sin poder evitarlo y su mirada comenzó a poner nervioso al agente.
-Verá señor, han acudido a investigar el nuevo caso que les ha sido asignado a él y a su nuevo compañero, el inspector Norris.
Mierda…
-¿Qué caso y cómo es que no he sido informado de inmediato?
Strandler tragó saliva varias veces antes de responder.
-Acaba de serles asignado, señor. Creo que fue la última orden dada por el anterior superintendente antes de que…
-Antes de que lo cesarán.
Esa oscura mirada no se apartó de la suya mostrando confianza y ausencia completa de vergüenza.
-Sí, señor. Encontrará los papeles encima de su mesa. En diez minutos tendré reunido a los inspectores en la sala, salvo aquellos que no estén en  dependencias policiales.
-Gracias, agente.
-De nada, señor y…
Sorprendido alzó la mirada en dirección al agente que por primera vez pareció dudar a la hora de hablar.
-…bienvenido.

El chasquido de la puerta al cerrarse dio fin a la conversación.

Respiró lentamente.

Quizá no todos estaban en su contra.

   -------------------------------------------------------------------------------------------

Era…enorme.

Un bulto gigantesco rellenando el reducido y húmedo espacio que parecía no respirar. No se escuchaba ni un ligero movimiento, ni un  rozar de ropa. Nada.

Les sacaba a ambos como poco una cabeza de altura, sus brazos bien podían medir la circunferencia de los muslos de Clive y éste no era un hombre menudo. Su preocupación ascendió un par de peldaños al adentrarse un paso en la oscura y maloliente celda, seguido de su compañero.

Y su cara…dios, su cara mostraba unos rasgos infantiles, poco desarrollados para una persona de su envergadura.  Unos diminutos ojos en una ovalada cara los miraban fijamente como si sintieran su entrada en la celda  una invasión de su territorio y en parte no le extrañaba. Dudaba que el hombre que no les quitaba el ojo de encima hubiera salido de ese maldito lugar en meses. Desprendía un olor punzante que dañaba las fosas nasales, agrio. A desatención y suciedad a partes igual. Y a profundo miedo…

Era difícil de describir…

Algo en esos rasgos redondeados y poco marcados le recordaban a los de Bobby MacLane. Nunca compartió la contestación de su padre a por qué los padres de Bobby no le dejaban jugar como a los demás niños, porqué no le dejaban corretear y reír, ensuciarse, caer y llorar como al resto de críos del barrio.
¿Acaso no se daban cuenta de que quería salir a jugar en la nieve con ellos, que los solía observar durante horas, con ojos llorosos, desde el interior de su casa hasta que lo apartaban de un empujón para que nadie se diera cuenta de que existía? A él no le importaba que fuera distinto…

Nunca le importó, de crío.
       
La respuesta se le quedó clavada en el alma.

Porque lo esconden, hijo…

De los demás y de su propia vergüenza…

Nunca alcanzó a entenderlo siendo niño, hasta que dejaron de hablar de él, de saludarle al pasar y dejaron de verle asomado con su viejo jersey lleno de remendones a la sucia ventana…
Desaparecido en el olvido por la sencilla razón de no ser como los demás.

Le recordaba tanto…que algo se le retorció por dentro. Con dureza.

A poca distancia la enorme figura se balanceaba posando su peso sobre un descalzo pie y después sobre el otro. Una y otra y otra vez…hasta que paró un breve instante.
-¿Puedo irme ya? Llevo esperando mucho aquí yo solito y tengo…frío. Y está muy oscuro…- apenas se le entendía-… ¿Puedo irme ya a mi casa?

Dios santo…

Se le encogió el endemoniado pecho al escuchar la desolada, asustada y diminuta voz surgir de un cuerpo tan inmenso. Temblaba entero, incluso esa fina voz suplicante.
Parecía un…niño aterrado por ser castigado de nuevo. Y esos ojos de color oscuro en ese rostro repleto de reseca suciedad  no paraban de alejarse de ellos para centrarse en el celador ubicado a sus espaldas. Invadidos por el miedo. Un miedo que casi podía mascarse en medio de esa frialdad...
Al dar otro paso hacia el interior el gigante reculó bruscamente quedando  arrinconado en la esquina más alejada de la puerta, con la cara en dirección a la pared y la inmensa espalda hacia ellos. Como si por el hecho de no verles fueran a desaparecer y con ellos, el terror que lo invadía.

Clive y él se miraron sin saber muy bien cómo reaccionar.

Jamás hubieran esperado encontrar un niño en el cuerpo de un hombre y una mente infantil en un lugar como ese. Un lugar al que no pertenecía.
Rabioso se volvió hacia el maldito celador.
-Éste hombre no es una maldita amenaza…
Una desagradable sonrisa curvó el rostro del celador.
-No dije que lo fuera.
-¿Porqué mintió?
-No lo hice.
Rob se acercó dos pasos, con cara de pocos amigos.
-¿Porqué…nos…mintió?
Silencio. Hijo de mala madre…
-Ese hombre de ahí dentro no le haría daño a una mosca.
El hombre se encogió de hombros quitando importancia a lo ocurrido.
-Eso dígaselo al último enfermero al que arrancó medio dedo de un mordisco…

Un angustioso sonido comenzó a llenar el pequeño espacio. Un llanto ahogado mezclado con un melódico tarareo. Una nana para bebés…
Canturrear parecía reconfortarle apagando poco a poco el angustioso gemido.

Clive recorrió los pasos en dirección al celador y completamente enfurecido lo aferró de la pechera de la camisa, golpeando su espalda contra la pared del pasillo exterior a la celda.
-Traiga de inmediato al jodido doctor o por dios que en media hora estarán en comisaría detenidos por maltrato, vejaciones y…más cosas que se me ocurran por el camino y créame, amigo, tengo mucha imaginación…

El balbuceo del celador apuntando que el paciente era… pura escoria que nadie quería mantener…lo sacó de sus casillas. Por la manera en que Clive apretó los puños, le ocurrió igual. El ahogado sollozo que provenía del fondo de la celda al escuchar las palabras del celador le rompió algo por dentro.

Entendía y…sufría…

No podían dejarlo en ese pozo inmundo. No podían…
-No podemos abandonarlo en éste lugar…
-Lo sé.
La rotundidad en la voz de Clive lo calmó ligeramente, decidiéndose a dar un paso en dirección a Titus Caan.
Desconocía cómo había recalado en el maldito pabellón ese inofensivo gigante pero dudaba que la información que les habían facilitado en administración antes de adentrarse en esa jodida ala de hospital fuera veraz.  Ese hombre estaba encerrado por alguna razón y no era por estar demente. No lo era…Sabía algo o había presenciado algo y lo había metido en ese infierno para morir y llevarse a la tumba aquello que fuera que lo hacía tan peligroso.
-Clive, ve a por Peter Brandon y cuéntale lo ocurrido. Estoy convencido de que éste hombre está encerrado por error o…por haber presenciado algo. Necesitamos sacarlo de aquí pero habrá que mover unos cuantos hilos. Después ve a comisaría para poner sobre aviso a Torchwell. Convendría que se acercara por aquí.

El…estoy apañado…de Clive casi lo hizo sonreír si no hubiera sido por el suave e tembloroso tarareo que seguía llenando la oscura celda. Cantaba…hermoso.

Y triste…

Con tanta suavidad como pudo reunir tras ver alejarse con premura  por el angosto pasillo a Clive, se acercó con lentitud a la figura que se había girado levemente y le observaba de reojo, como esperando un golpe en cualquier momento.
-Me llamo Rob Norris, amigo y voy a sacarte de aquí…
El suave balanceo paró de golpe. La redonda y sucia cara se ladeó, tratando de asegurarse de que lo que acababa de escuchar no era algo que simplemente acabara de oír dentro de su mente.
-¿Quién te metió aquí, Titus?
-Ellos.
-¿Cuándo?
Silencio.
-¿Conocías a la enfermera Gates?
Por primera ocasión una cálida sonrisa bañó ese rostro lleno de tristeza.
-Ella era buena…y no le tenía miedo.
Tenía que preguntar. Aunque no quisiera.
-¿Era…? ¿Qué has visto, Titus?
Ninguna contestación.
-¿Quienes son ellos, Titus?
El movimiento en vaivén retorno, rápido. Aislándose del mundo y…de él. El descomunal hombro y todo su cuerpo se encogió instintivamente cuando posó la palma de su mano sobre él. Estaba helado y pese a su volumen, los huesos resaltaban con claridad.

No sobreviviría demasiado en semejantes condiciones…

Sin dudar se despojó de su abrigo, de los guantes y su gruesa bufanda y se sentó con suavidad junto a Titus, en el suelo con la espalda contra la helada pared. Sin asustarle. Cuidando que sus movimientos carecieran de brusquedad.
-Estás helado, amigo.
Un suave estremecimiento fue la única reacción al hecho de colocarle el abrigo sobre los amplios hombros. Sus dedos estaban agarrotados. Tanto que tratar de estirarlos para colocar los guantes hubo de dolerle pero ningún sonido surgió de labios del gigante. Sólo esa mirada que no se apartaba, cautelosa, de su rostro. Colocarle la bufanda alrededor del cuello fue sencillo.

        Pasaron unos veinte minutos, quizá media hora, rodeados de silencio salvo los esporádicos golpes y gritos de las celdas contiguas.
-Gracias, Rob Norris, ¿Nos vamos ya?
Un nudo le apretó la garganta.
-En seguida, amigo. En cuanto vengan a buscarnos.
-Vale, Rob Norris.

Desde el interior de la mugrienta celda ambos escucharon los firmes pasos de más de una persona acercándose con rapidez.

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El último toque en el costado había dolido pero agudizó sus sentidos. Izquierda, flexión, movimiento circular y…la mente en otra parte logrando con ello el suspiro de paciencia agotada de Guang. Y el consiguiente bufido de exasperación.
-No concentrado, Peter. Leñazo en la frente…
El pequeño gran hombre tenía más razón que un santo. Eso y que el golpetazo ya se lo había llevado por delante.
Llevaba veinte minutos tratando de tranquilizar la mente y lo conseguía a ratos hasta el momento en que se colaba en su pensamiento unos redondos  y empecinados ojos azulones. Un huesudo dedo índice le golpeó en el centro del pecho.
-Arreglar cosas con Robert y entonces poder practicar. Tu mente está en él y no aquí, en esta sala. Está lejos.
-Ya lo intento, Guang pero es…tenaz.
-Tú más.
-Eso díselo a él…
-Muy bien. Yo decir…
Eso mismo. Guang de mediador. Lo que le faltaba para ahuyentar del todo al canijo por el respeto, curiosidad e intriga que le generaba Guang.
-Tú corazón querer, entonces decir a Robert.
Joder…

Le flaquearon las piernas al escuchar las tranquilas palabras de uno de los hombres más pacientes, complicados, inteligentes y espirituales que había conocido en su vida. Un hombre que había dejado su vida atrás para acompañarle por razones que sólo él parecía entender. Por la sencilla razón de haber evitado el desahucio de una familia de inmigrantes comprando el local que alquilaban a un jodido usurero.  Nunca hablaba de su tierra al otro lado del mundo. Un mundo todavía por descubrir y tan desconocido como inquietante.
Si tan sólo consiguiera hacerle entender que escupir constantemente no era una costumbre para trasladar a la verde Inglaterra…o que nada ocurriría si tocaba o rozaba a un desconocido, que no se iban a ofender…

Peter, tu corazón joven. Mío, viejo y…escupir es bueno. Echar malos espíritus de dentro.

Por lo menos había conseguido que lo hiciera con disimulo...
-Sigamos, viejo…
Dios, le encantaba la expresión en esos pícaros ojos rasgados cada vez que lo llamaba viejillo. La primera vez que lo hizo le frunció el ceño y lo dejó inconsciente de una patada. La segunda a punto estuvo de lanzar otro golpe pero por alguna razón se contuvo. Sencillamente le dijo que no era viejo  sino que había vivido una larga vida que iba llegando a su fin.

Se negaba en rotundidad a decirle su edad y por ello, él seguiría llamándole viejo cascarrabias…con cariño. Jamás olvidaría la casi imperceptible sonrisa en esos finos labios al escuchar lo del cariño.

Era un hombre especial. Muy especial…
-Continuemos con el entrenamiento…
El golpetazo de la fina vara que empuñaba Guang en el suelo  respondió a la petición.
-No, Peter. Tu cabeza, hueca… y enfadado. Así no poder entrenar porque dejarte morado para tu Rob.

Y otra vez…

Últimamente el muy testarudo no hacía más que mencionar a Rob y con ello sólo lograba distraerle más de lo que ya lo estaba.
-No…es…mi Rob.
-En tu cabeza, serlo, amigo mío. En su cabeza también. En la realidad no hacer caso a vuestras cabezas. Ser mentecatos…
Le agotaba las fuerzas e iba a responder con contundencia, bueno, con algo de contundencia a la vista de cómo aferraban esos alargados y finos dedos  la vara de lucha cuando por la abierta puerta a la sala de entrenamiento asomó el rostro afilado de Mason.
-Jefe Peter, un hombre vino a buscarle y creo que lleva prisa…
-¿Quién es?
-Marsden se ha santiguado al menos ocho veces ya jefe y creo que la visita se está…enfadando.

Un pelirrojo.

Por mucho que se le dijera a Marsden que los pelirrojos no llamaban a la mala suerte y que dejara de santiguarse cada vez que oteaba a alguno, la información sólo había obtenido resultado con Julia, la mujer de su hermano y eso porque la adoraban.
Debía ser Clive.
-¿Viene acompañado por el inspector Norris?
-No, jefe. Viene sólo y algo raro le pasa. Está sudoroso, pálido y resaltan a la legua sus pecas. Lleva rezongando desde que ha llegado…
Su pecho pegó un maldito bote y sintió a su lado de inmediato a Guang.

No prestó atención a si su viejo amigo le seguía aunque por la forma en que  los redondos y grises ojos de su visita se agrandaron al llegar al lugar donde les esperaba, estaba claro que lo tenía tras él.
-¡Ya era hora, Brandon!
Se tensó irremediablemente al escuchar nerviosismo en la voz de Stevens.
-Tenemos un problemilla en el hospital…

¡Si llevaban menos de una hora en el jodido lugar!

Clive no tardó en continuar atragantándose con las palabras, como si llevara prisa o planeara hacer algo más después de hablar con él.
-Hemos descubierto a un hombre encerrad…, mejor dicho, encarcelado en ese infierno de piedra  y no debiera estar ahí. Es grande e infantil y está…
-Clive…
-…malnutrido y asustado y…golpeado…
-Stevens…
-Joder, Brandon…si le vieras. Lo han machacado y…
-¡Clive!...respira, hombre…
Así lo hizo rellenando con el aire algo de color en su pálido rostro. Apenas perdió tiempo en farfullar con la misma urgencia.
-Rob se quedó atrás para evitar que lo trasladen o hagan más daño y me dijo que viniera a buscarte. Alguien ha de sacarlo de ese maldito pozo…
La respiración se le cortó de golpe al escuchar la última frase.

Lo iba a estrangular…

Quedarse sin apoyo en el mismo lugar en el que decían haber avistado a Saxton. A propósito. Voluntariamente…

No aprendía…

El cerebro comenzó a planear de inmediato.
-Nombre…
-Clive Stevens…
-¡No, hombre! El del hombre que queréis liberar…
-Claro, perdona. Titus…Titus Caan. Encerrado en el Ala este. Celda 223.Es…
El repentino silencio de Stevens lo incomodó.
-Sigue…
-Es…infantil, Peter, no un demente. Sólo la mente de un niño en el gigantesco cuerpo de un hombre y está tan asustado…Nos preguntó si habíamos ido para llevarle a casa, Brandon. A casa
Antes de que Stevens prosiguiera se volvió como una exhalación hacia Mason y Guang.
-Guang, ordena que preparen los caballos. Mason, quiero que lleves la carta que voy a darte a comisaría para ser entregada al Superintendente Ross Torchwell y...
Clive cortó la frase a medias.
-No hace falta, Brandon. Yo me encargo. En cuanto salga voy en su busca para ponerle al día y acudir con agentes al hospital. Si me adelanté  es para evitar que Rob quede demasiado tiempo a solas allí.

Sin perder un solo segundo y abrigándose por el camino salieron con Guang pegado a sus talones, entre el revuelo formado por la aparición de varios de los hombres de su hermano y mientras Mason se dirigía presuroso a dar el parte a Doyle. No le extrañaría en absoluto que a la vuelta de lo que fuera que se iba a organizar en el hospital, el Club del crimen  al completo hubiera sido convocado por su hermano mayor.

Comenzaba el jaleo…

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Rob se posicionó entre el gentil gigante y la puerta de acceso. No permitiría este abuso. No en quién no podía defenderse a si mismo…
Con un gesto indicó al gigante que se quedara atrás, callado y así lo hizo, temblando al completo. Sus inmensas manos cubrían sus orejas tratando de distanciarse de lo que fuera a ocurrir a su alrededor.
Él no podía…

No si quería sacarlo de ahí…

A contraluz se perfilaron tres siluetas que se acercaban con rapidez. La conocida del celador, la de un hombre de mediana estatura, nada reseñable y la de una espigada y esbelta mujer que en poco se asemejaba a una enfermera. Se situó bajo el quicio de la puerta protegiendo lo que guardaba su interior. El segundo hombre se acercó a él tras echar una rápida mirada al interior de la celda.
-Soy el subdirector médico del hospital ¿Qué ocurre aquí, inspector?
Menuda desfachatez.
-Dígamelo usted, señor…- No le iban a amilanar - ¿Qué diablos hace un hombre como Titus Caan en éste lugar?
La directa pregunta pilló desprevenido al hombre. Casi tartamudeó al contestar.
-Es…peligroso.
-¿Para quién, salvo para sí mismo?
-Su ficha claramente lo indica. Y así me lo ha hecho saber la enfermera Mayers, aquí presente.
Su mano se adelantó exhibiendo un par de papeles arrugados.
-¿Es esa su ficha?
-Así es.
-¿Quién es su médico?
-¿Cómo dice?
-Digo que quiero conocer el nombre del doctor que  atiende a este enfermo, si se le puede llamar así…

El rostro del médico mostraba altivez, desconcierto y cierta intriga hasta exudar sorpresa tras leer las hojas unos segundos. Lentamente giró en sus manos las páginas que acarreaba.
-No puede ser…
Lo que expresaban esos ojos era genuino asombro .Para sorpresa de Rob se dirigió hacia la silenciosa mujer ubicada unos pasos más atrás.
-Enfermera, ¿De dónde ha sacado éste historial?
Un ligero titubeo antes de contestar acompañó una mueca de desagrado en el rostro femenino.
-Del archivo, doctor.
-No está rubricado y es…incompleto.
La cascada voz femenina no se alteraba pese al matiz de acusación que manaba de la firme voz del médico.
-Se le olvidaría al Doctor Piaret.
El silencio posterior llamó la atención de Rob.
-¿Me lo van a decir o esperamos a que llegue el superintendente con más agentes y el asunto termine, para su vergüenza, en comisaría?

La mirada de veneno puro que le lanzó la mujer le impactó. Esa era una mujer inquietante…y fría…

¿Qué demonios?

El subdirector  reaccionó de inmediato a la velada amenaza.
-¡No!...Podremos arreglarlo. Hablaré  con el Director del Hospital porque resulta evidente que algo no va bien.
-Muy bien. Dígale que estoy dispuesto a asumir el cuidado de éste paciente  desde éste momento. Arreglen los malditos papeles  porque el hombre que está dentro de esa celda se viene conmigo.
-¡No puede hacer eso!
La protesta femenina los sobresaltó a todos, provocando una suave ristra de sollozos emanar del interior de la celda y gritos de las colindantes.
-Vaya si puedo…
-Pero…
-Antes mencionó usted a un tal doctor Piaret, si no me equivoco…
La boca apretada de la enfermera permaneció cerrada, implacable por lo que la ignoró dirigiéndose al buen subdirector, quien apenas tardó en contestar.
Malditos burócratas. Todo era permisible…menos un escándalo.
-El Doctor Piaret está en una reunión en Aberdeen, inspector y su regreso está previsto dentro de diez días pero es imposible que...
-Siga…
-No lo entiende. El doctor es una eminencia dentro de éste hospital y en el país e incluso a nivel mundial. Sus investigaciones acerca de las enfermedades primarias del hueso son impactantes e innovadoras.
-¿Los huesos?
-Sí. Los avances en el conocimiento de la descomposición anormal del tejido óseo y la consiguiente formación ósea anormal, son únicos en nuestro tiempo…- el ceño del médico se arrugó - …No tiene sentido que asista a este paciente porque Piaret se dedica a la investigación, hace años que dejo de asistir a pacientes vivos…
-¿Vivos?
-Se centra en cadáveres.
Demonios. Comenzaban a revolvérsele las tripas.
-Ya tendremos tiempo de hablar con el buen doctor…
La mujer dio un firme paso adelante.
-No sabe usted con quién está tratando, inspector.
No sería la primera vez. Se aproximó a esa mujer hasta quedar frente a ella. Retadores. No iba a callar. No esta vez…
-Por el momento con unas personas a quienes les importa bien poco la vida de un hombre cuando debieran cuidar de él y no permitir semejante trato.
La mujer casi temblaba de la rabia.
Volviéndose se dirigió al subdirector del hospital.
-Le agradecería que pusiera en conocimiento del Director la…precaria situación del Señor Caan, descubierta por agentes de la Ley. Transmítale que he mandado aviso urgente a la comisaría del distrito por lo que conviene arreglar el estropicio antes de que lleguen. ¿Me ha comprendido?

Sin abrir la boca el hombre se encaminó hacia el fondo del pasillo seguido por la enfermera. Pero no sin que ésta le lanzara una de las miradas más ponzoñosas recibidas en su vida.

Bruja.

Sin importarle un ápice la presencia del celador se adentró en la oscura celda y acercó a la encogida figura. Colocó una mano sobre la fría nuca del gigante y apretó suavemente.
-Ya falta poco para ir a casa, amigo. Salgamos de este agujero.

        Extendió la mano con la palma hacia arriba, en dirección a Titus.

Por primera vez el brillo cubrió esos ojillos desamparados.

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viernes, 23 de noviembre de 2012

Capítulo 2 de "Amor entre las sombras"

Allá va:
El segundo capi. Ojalá os guste  y como siempre, os mando un inmeeeenso abrazo a tod@s
Bego

CAPÍTULO 2

       
 Una suave lumbre atravesaba el cristal exterior de la cocina que la figura oculta al otro lado de la calle, a escasos cincuenta pasos, recorría con la mirada. Cada movimiento que surgía del interior se controlaba y apuntaba al detalle.
Solía dejar esa tarea en manos de sus hombres pero el ansia ocasionalmente superaba la precaución que su meticuloso plan requería.

            Él estaba ahí dentro. A unos pocos pasos de distancia y la puerta que los separaba era… frágil. Tan cerca que casi creía olerlo en cada corriente que cruzaba la entrada del callejón, cuyas sombras le servirían de camuflaje  y de distracción, de resultar necesario. Aunque no sería así…
El pozo en que había conseguido hundir a Robert y aquellos que le rodeaban e intentaban proteger era demasiado denso como para apreciar la madeja que lentamente seguía envolviéndolos. Sin que se dieran cuenta.

            Tan entretenido…

 Controló la sonrisa de satisfacción.

            Si no fuera por ella…ya habría atacado, pero la brecha en las defensas del grupo que su socia había logrado abrir, no debía desaprovecharse. Despreciaba los refranes. Eran ridículos, del populacho pero por algún motivo, uno se sucedía una y otra vez en su mente. A la tercera…va la vencida. Y en esta ocasión destrozaría todo obstáculo colocado en su camino hasta obtener aquello que quería.

Esa  necesidad que crecía. Hora tras hora. Ardía…
Una parte de él gozaba de la caza en sí. No se permitía saborear con antelación el momento que llegaría, tarde o temprano. El escenario no estaba decidido entre los variados a seleccionar, salvo la presencia de los tres participantes que permanecían inalterables en todos y cada uno de ellos.

            Su juguete, la sombra y por último, él.

            Las reglas del juego se estaban desarrollando a la perfección. Las fases se sucedían tal y como las había planeado y las torpes marionetas actuaban guiadas por los hilos que manejaba.
Se tensó al cruzar una silueta delante de la ventana empañada pero era demasiado corpulenta. Sus puños se cerraron instintivamente por lo que se obligó a relajarlos. El ansia de atacar duró dos segundos. Aplacar la necesidad formaba parte de su grandeza, del dominio que le caracterizaba.

            La silueta desapareció de la vista y con ella la posibilidad de que apareciera él, en su lugar.

La sombra. Siempre cerca. Siempre alerta. No importaba. Llegaría el momento en que Peter Brandon  no pudiera  proteger a Robert Norris de su destino y  él estaría ahí, aguardándolo. El instante de supremo gozo. Aquel que sólo disfrutaban los vencedores.

            Ahora no era el momento. Demasiados en el interior de la casa Norris. Con un sencillo gesto un par de hombres ocuparon su lugar. El resto permanecía oculto en sus posiciones. Sus miradas le rehuyeron. Eso le agradaba.

            Tras un último vistazo atrás, se hundió en la oscuridad.

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Era un olor único.

A bebé. A inocencia.

A…pureza.

Pensar que hacía seis meses habría roto la cara a quién hubiera siquiera insinuado que una cosita más pequeña que su brazo lo iba a noquear completamente. A él, que había peleado media vida sin que lograran vencerlo.

Estaba envejeciendo…

La suave y tranquila respiración junto con las babas que manaban de esa boquita desdentada le estaban humedeciendo la camisa pero le daba exactamente igual. La sensación de estar en paz consigo mismo mientras era incapaz de apartar la mirada de su hermosa mujer lo descolocaba y asentaba a partes iguales. La misma que lo había enamorado hasta las trancas antes de que el cielo les regalara a su pequeña Rose. Su Julia. Esa contradictoria sensación carecía del más mínimo sentido aunque con el brusco giro dado a su vida en los últimos meses nada era ya de extrañar. Su vida se había vuelto patas arriba y…le encantaba.

Inclinó ligeramente la cabeza procurando no despertar a su pequeña. Al otro lado de la puerta se escuchaban los paseos de sus hombres.

No había forma humana o divina de que dejarán de lado la vigilancia organizada que había mantenido y aumentado con el paso del tiempo para cuidar tanto de Julia como de  la pequeña. Marsden era el cabecilla e imponía los turnos como un sargento de caballería en pleno auge de su carrera militar, pero lo incomprensible de la situación era que el personal se peleaba por doblar sus turnos.
Dos días atrás la pequeña Rose casi había caído de morros de la improvisada cama colocada a diez centímetros del suelo de la habitación, dónde Julia la estaba cambiando los empapados pañales de tela  y la inmediata consecuencia había sido ser salvada de un pequeño coscorrón por la rápida manaza de Marsden. Lo siguiente, según palabras de su mujer, había resultado una tragicomedia o mejor dicho, una escena dantesca e incomprensible. El  gigantesco golpe se lo había llevado el propio Marsden al caer desmayado como un saco de patatas al suelo al comenzar a imaginar las horripilantes  y múltiples consecuencias  de no haber estado él ahí para salvar a su pequeña e inquieta niña-jefa.

¿Ve, jefe, cómo no se le puede quitar el ojo de encima?

¿Ve, jefe, cómo las rondas son necesarias?

¿Jefe, podríamos duplicar las rondas por el bien de las jefas y de paso su propio bien?

¡Sí, hombre!

 Y si queréis… ¡Podéis echarme de mi cuarto y acomodaros vosotros para quedar tranquilos vigilando a mi mujer y a mi hija!
Si no había estrangulado a Marsden las horas posteriores al incidente, ya…era capaz de aguantar lo indecible de sus hombres.
-No hacen daño, marido…
Demonios.
No lo entendía. Ni aunque viviera mil años alcanzaría a comprender cómo su hermosa pelirroja le leía la mente.
-Sólo quieren protegernos, por ti. Porque te quieren…
 Por su mente desfiló fugaz la mirada repleta  de lealtad y orgullo de su gente y sonrió desfondado, devolviéndole su esposa una de esas sonrisa que le encendían las entrañas.

Había terminado de cepillarse esa roja cabellera que traía por la calle de la amargura a su libido y tras, levantarse del mullido asiento frente al espejo de medio cuerpo, se acercó a él. Sin prisa.

Joder…

La amaba con locura.

Unos suaves y cálidos labios recalaron en los suyos al tiempo que sentía el diminuto peso desprenderse de su pecho, provocándole cierta sensación de vacío hasta que las contempló a las dos juntas.

Eran su vida.

Un suave gemido de su pequeña desapareció en cuanto se acomodó sobre el pecho de su madre y ambas se encaminaban hacia el lecho, ubicándose en el mismo centro. Con esa torpeza única y maravillosa tan propia de su mujer.
-En cuanto Rose termine de conciliar el sueño, la acomodaré en su camita y esperaré a que vuelvas, despierta. El tiempo que sea necesario…
Su pecho se constriñó totalmente y se sintió casi imposibilitado para hablar. Depositó un suave beso sobre la pelona cabecita de su hija y otro, algo más largo, sobre ese punto bajo y sensible bajo la mandíbula de su mujer.
-No sé lo que tardaré, amor y quizá necesitemos paños y agua caliente cuando regrese…
Un velo de oscuridad cubrió los ojos de Julia.
-¿Peleará?
-Espero que no…pero esta vez no saldrá del maldito refugio sin hablar conmigo aunque tenga que sacarle lo que siente a golpes.
-No le hagas mucho daño, ¿vale? Sólo un poquito…lo suficiente para que salga del infierno en el que se está metiendo sin darse cuenta…y…
-¿Y?
-Chilla si necesitas ayuda…

Una suave carcajada le retumbó por dentro. Podía imaginarlo a la perfección. Un grito y sus dos mujeres, despeinadas e incontenibles como la fuerza de la naturaleza que eran, acudirían en su ayuda. Sin dudar un segundo.

Sus labios golpearon los de su mujer antes de erguirse y abrir la puerta que daba al pasillo para topar con Mason. El menudo y escurridizo ratero ya entrado en años, que desde hacía demasiado tiempo como para rememorar  había pasado a formar parte de la familia, se cuadró. Guardando la puerta.
-¿Pasa algo, jefe?
-Nada que un buen golpe  y un bufido no puedan arreglar, Mason.
La aguda  mirada  de su hombre se desvió hasta las escaleras que dirigían al piso inferior.
-El jefe Peter está en su despacho, jefe…-el enclenque hombrecillo encogió los hombros- Chille si necesita…
-¡Lo sé!... lo sé, diablos...si necesito ayuda, berrearé a los cuatro vientos.

Dejó atrás a Mason farfullando un… desde que se había casado el jefe Doyle, se le estaba agriando el carácter…y comenzó a descender la escalinata que daba a la planta principal.
El despacho que utilizaban ambos se había convertido en el escondite de Peter. Pasaba interminables horas encerrado desde que la primera nota que había enviado a Rob, hacía varios días, le había sido devuelta sin contestación y sin abrir. A ésta le habían seguido innumerables cartas y por lo menos cuatro visitas por parte de Peter a la casa Norris, sin resultado satisfactorio atendiendo al  enrabietado aspecto que mostraba su hermano al volver de ellas. Lo único que recibía eran notas del viejo Norris, poniéndoles al día, las cuales parecían aplacarle algo.

Con el paso de las horas había dejado de hablar para gruñir a todos salvo a Julia y a la pequeña. Con ellas empleaba toda la dulzura que guardaba en ese inmenso corpachón y por conocimiento de primera mano, era mucha la que almacenaba en él.

Un leve empujón fue suficiente para abrir la pesada puerta de par en par y su preocupación ascendió un par de grados al darse cuenta que su llegada había pasado inadvertida a su hermano menor. Permanecía inclinado sobre la amplia mesa cubierta de libros y pedazos de papel, preparada para acomodar sus ingeniosos diseños. Dios…su hermano tenía una mente única. Para diseñar, fabricar e inventar...y auto flagelarse.

Tan complicado, a veces…

Sus inventos se patentaban y aplicaban a la naciente industria como pocos lo hacían, generando una inmensa fortuna para su familia. Había perdido la capacidad de calcular los ingresos que les reportaban sus creaciones…
Unido a su innata capacidad para los negocios, no era de extrañar que los inversores ofrecieran verdaderas fortunas para comerciar con ellos.

Si tan sólo su corazón estuviera asentado…y dejara de dar vueltas a esa inquisitiva mente para afrontar de una maldita vez lo que sentía.
Doyle cuadró los hombros y se adentró en la guarida.
 -No puedes seguir así, hermano.
La única contestación fue el silencio que últimamente acompañaba al hombre que se guardaba todo en su interior. Incluso de él, de su propio hermano.
-Háblame, Peter.
El carboncillo rasgaba el papel debido a la fuerza con que los dedos trazaban el dibujo. El sonido era tan desgarrador como presenciar el dolor que llenaba al hombre que dibujaba, ajeno a todo, incluyendo la súplica en su voz.

Estaba perdiendo a su hermano. Lentamente… y se sentía incapaz de impedirlo.

Se acercó dos pasos hasta quedar a su altura.

Que lo maldijeran si lo permitía.

Con fuerza agarró el puño que seguía deslizándose por la arrugada hoja de inservible papel, paralizando su avance.
Estaba agarrotado. Dolido. Y se negaba a hablar. Igual que el día en que lo recobraron de aquel condenado infierno en el que permaneció dos años.
-Te juro por mi mujer y mi niña que si no me hablas de una puta vez…que si no me miras y…
Sintió su propia voz romperse, negándose a fluir. Quebrada.
¿Puede el pecho doler tanto que parece partirse en dos viendo sufrir a quien amas?

Puede…

Vaya si puede…y duele…

Duele no poder ocupar el lugar de quien sufre. De quien se niega a hablar…

De un hermano…

Los dedos se le cerraron instintivamente, curvándose sobre la mano que seguía aferrando el áspero carbón. Con un impulso se agachó colocándose a la altura de Peter.
-Mírame.
Por un segundo creyó que una vez más se cerraría en banda hasta que sintió el aflojar del puño bajo la palma de su mano.
-Lo estoy perdiendo, Doyle…
Gracias…
Se sintió incapaz de mover el más mínimo músculo, por miedo a que Peter callara de nuevo y se cerrada una vez más a aquellos que lo querían.
-Está logrando lo que más temo. Perderle…
-¡Pues lucha!
La leve tensión en esos amplios hombros indicaba el camino a seguir.
-Me cierra todas las puertas.
-Ábrelas…
-¡Cómo!
-Desde luego, encerrándote aquí, poco vas a hacer, hermano…

Si le picaba lo suficiente quizá saltara el endiablado mal genio que lo caracterizaba.
-Está todo el día con Clive Stevens.
Celos.

Joder…

Peter estaba cegado por los tontos celos. Aspiró profundamente para no darle un buen mamporro en la cabeza.
-Es su compañero en la policía, hermano. Es lo normal. Y son buenos amigos…
-No hace falta que lo recalques así
La chispa estaba ahí. Faltaba la llama y por dios que se la iba a dar.
-Muy buenos amigos…
Peter casi lo hizo caer de culo al suelo al deslizar de un empujón la silla en la que estaba sentado para erguirse y mirarle como una completa fiera.
-¿Qué coño insinúas?
Diablos. A veces su hermano impresionaba y estaba ante una de esas ocasiones. Como ese dicho popular lleno de sensatez.

Líbrate de las aguas mansas que de las bravas ya lo haré yo…

Ninguno se aproximaba tanto al hombre que tenso como una cuerda a punto de estallar lo observaba con esos negros ojos inflamados. A veces Peter le recordaba a uno de esos volcanes cuyos dibujos gustaba de mirar en sus libros. Latentes y quietos. Inmóviles, hasta que llegaba ese punto de ebullición en el que estallaban y todo, absolutamente todo a su alrededor ardía con la fuerza que imprimía su interior al surgir descontrolado. Su hermano había aprendido a base de dolor, golpes y maltrato a retener todo lo que guardaba en su interior para sí mismo.
Únicamente una cosa se escapaba de ese férreo control. Doyle intuía que Peter odiaba darse cuenta de esa debilidad. De lo que él consideraba una debilidad sin entender que en realidad era aquello que lo mantenía vivo, lo que le hacía sentir y gozar y disfrutar. Y…amar. Lo que le daba fortaleza…

Rob.

Su punto débil. Su fuerza…

Lo mismo que era Julia para él. Su ancla…
-Insinúo, hermano, que Rob es un buen hombre y si no peleas por él…otra persona lo hará…
Se preparó para la embestida tensando toda la musculatura de su cuerpo. Para un golpe que estaba seguro lo iba a dejar inconsciente o como poco algo atontado. Cerró los ojos y quedó a la espera.

No llegó.
-¡Quieres abrir los ojos de una maldita vez, Doyle!
Sopesó el gruñido lanzado en su dirección y el bufido subsiguiente…hasta que la grave voz de su hermano llegó desde el otro lado de la habitación seguido de ruido de ropas al ser manejadas. Abrió los ojos de golpe.

Oh, oh…

Se había pasado con sus buenas intenciones. Joder…el volcán había entrado en erupción.
-¿Qué haces?
La oscura mirada de su hermano indicó que la pregunta era rematadamente idiota ya que la respuesta era más que evidente.
-Sigo tu consejo.
-¿Ahora?
-Si
-¡Son las once de la noche!
Una traviesa y aviesa mirada fue la única contestación que recibió a su histérico chillido.
-Haber esperado a mañana para esta impactante charla fraternal…
Con toda la parsimonia del mundo unida a una seguridad aplastante Peter se mudó de camisa tras limpiarse las manos con un paño húmedo. Todavía se le hacía un nudo en la garganta cada vez que veía las cicatrices surcar el torso de su hermano y esas malditas palabras grabadas a fuego en su espalda.
-¿Qué demonios vas a hacer?
La sonrisa que lentamente cubrió los labios de su hermano lo hizo tragar saliva.

Dios…

La había armado parda.

Una vez decidido ya nada lo haría cambiar de opinión por lo que la mejor opción era intentar limitar al máximo los daños colaterales.
-No puedes secuestrarlo, hermano. Es un agente de la ley.
A grandes zancadas Peter se le acercó y posó una de sus manazas sobre su mejilla. Y sonrió…
Sencillamente sonrió con esa pícara sonrisa que recordaba de cuando era críos y acababa de planear la forma de que su anciana vecina les hiciera ese pastel de moras que adoraba. La misma sonrisa que hacía semanas que no veía en los marcados rasgos de su hermano y que lo transformaba en un impactante rostro.
La misma que anunciaba un maravilloso logro…
La fuerte palma presionó contra su mejilla.
-Hazme un favor, hermano. Da orden que preparen dos habitaciones en la primera planta y una que quede contigua a la mía.

Sin pronunciar otra palabra se giró sobre sus pasos, agarró el abrigo tendido sobre el sillón ubicado cerca de la caldeada chimenea y desapareció de su vista. En un abrir y cerrar de ojos…

Al cuerno….

Necesitaba refugiarse en su mujer antes de que se armara el escándalo. Un escándalo que había iniciado él, por hablar de más.
Adiós a sus gloriosos planes de disfrutar de la noche entre los cálidos brazos de su señora esposa.

Peter iba a raptar al canijo

            …………………………………………………..

La expresión de sorpresa en el rostro del viejo Norris no presagiaba nada bueno. Y el hecho de que permaneciera despierto pasadas las once y pico de la noche, tampoco.

Se mordió el labio inferior. Le había costado algo más de media hora decidirse a parar su montura ante la verja blanca que delimitaba el hogar de Rob y su padre en el barrio de Clerkenwell, al Norte de la ciudad. Los gigantescos cascos del caballo habían dejado un surco alrededor de la casa de los Norris imposible de disimular. Enderezó la espalda y sorteó la descascarillada verja. Los restos de pintura roja que impregnaban la puerta de entrada de color aún lograban desquiciarle los nervios, como si el desprecio hubiera estado dirigido hacia él y no hacia el hombre que moraba en el interior de la casa y que no se lo merecía. Como un negro recordatorio de la noche en que su mundo se vino abajo definitivamente.

Apenas tardaron unos pocos segundos en abrir la puerta de entrada, perfilándose una enjuta figura que le recibió con una suave sonrisa. Se sentía ante el viejo Norris como un crío haciendo novillos, con la endiablada lengua trabada al paladar como un seco pedazo de madera, imposible de dar forma.
-¿Está en casa?
La mueca de incomodidad en los arrugados rasgos no le pasó desapercibida, logrando alzar todas sus defensas en un segundo. Algo estaba torcido…
-Está acompañado, muchacho, pero le avisaré…-Las cansadas piernas dieron un paso atrás dándole acceso al interior de su casa- Pasa adentro que la noche es fría… -Receloso cruzó el umbral-Ya sabes dónde está la salita…
Se encaminó a grandes pasos preparándose para una buena pelea.

Como el invitado fuera quien imaginaba le iba a dar un ataque de ira de campeonato y se sentía incapaz de prevenirlo. No esa noche…
¿Desde cuándo gozaba de tanta confianza el aniñado superintendente como para que Rob le diera acceso a su hogar a altas horas de la noche?

La sangre le estaba subiendo a la cabeza de forma cada vez más acelerada y con ella los pensamientos se iban agolpando como una maldita obra de teatro con un final desastroso. El villano como figura central del espectáculo  en lugar del héroe y en su imaginación el aspecto de éste se asemejaba mucho al propio.
Se contentó con plantarse ante el ventanal que daba al oscuro y enlodado patio principal mientras trazaba en su mente las palabras. Cuidadosamente. La forma de hacer entender a Rob que no podían seguir así…
-¿No recibiste devueltas las cartas?

Diablos…
           
Tranquilízate, Peter…Por mucho que te provoque no entres al trapo. El cristal se empañó al exhalar con lentitud. Respira…profundamente.
Y no le sigas el juego…
-¿O acaso no captas una indirecta, Peter?
Al cuerno con la calma. Todavía sin girarse, contestó a la jodida provocación.
-¿Te refieres a las cartas que no te atreviste a entregar en mano, amigo?
Pudo imaginar a la perfección los labios de Rob oprimiéndose con firmeza. En ese gesto…tan suyo. Tan…familiar…

En el exterior una suave llovizna comenzaba a mojarlo todo.

A carajo con las restricciones. Si el muy lerdo no se daba cuenta de que la situación creada entre ellos les estaba ahogando ya estaba él para explicárselo con pelos y señales. Ya se desfogaría más tarde con una sesión de entrenamiento con Guang. Unos jodidos golpes y conseguiría…mantener la calma. Diez minutos al menos…

¡Eso si no se la hacía perder Rob esa misma noche!
-Si has venido a pelear, ya puedes irte, Peter. Tengo visita y estamos tratando de asuntos importantes.
Lo hacía adrede. Otra explicación no cabía. Lo desechaba como si él hecho de aparecer en su casa a horas intempestivas no fuera importante. Cómo si él fuera insignificante…

Con extrema lentitud se giró dando la cara a Rob.

Maldita la hora.

Siete días sin verle y el impacto de esos azulones ojos le constriñó las entrañas, arrancándole las palabras de golpe. Joder…
Le había echado en falta...
Su humor, su risa, esos labios incapaces de callar incluso en los peores momentos, las arrugas que iban apareciendo en la comisuras de los ojos por la preocupación o sencillamente por el paso del tiempo. La tozuda expresión. Ese rostro…que no conseguía arrancar de sus sueños. De esos sueños que lo despertaban de golpe en mitad de la noche extendiendo los brazos hacia el lugar donde la figura del hombre que ahora le observaba con enfado se difuminaba poco a poco al despertar…
Estaba completamente hundido y…enamorado de un hombre que peleaba cada paso que él daba en su dirección a modo de acercamiento. Y todo porque se le había metido en esa dura mollera que quién estuviera a su lado quedaba en peligro y desprotegido ante las torcidas artimañas de Martin Saxton.

Sin darse cuenta de que con ello, el único que ,en realidad, quedaba sin protección era él.
Reteniendo las ganas de aproximarse a Rob, preguntó con ligereza.
-¿Qué asuntos?
-No importa.
-Acabas de decir que eran importantes y ahora, ¿Ya no importan, en cuanto me intereso?
-No, Peter…sencillamente no son asunto tuyo.
-Eso no lo sabes…
-¡Si lo sé!
Las mejillas se le estaban coloreando a Rob.
-¿Estás congestionado, canijo?
La estática figura situada a unos tres metros de distancia al otro lado del cuarto podía tanto estallar como rendirse. Cualquiera de las dos opciones sería bienvenida en estos momentos. Todo…menos el maldito silencio.
Todo menos eso…
-¿No contestas?
Rob separó las piernas. El estallido se acercaba a pasos agigantados. Dios…y sería más que bien recibido si conseguía alejar esa artificial frialdad que se había posicionado entre ambos.
Centró la mirada en esos labios esperando lo que fuera. Necesitaba que estallara, que hablara, que gritara, que dijera lo que tenía encerrado en su pecho. Necesitaba…
Necesitaba a Rob como el ansiado respirar. Y no podía decírselo sin que se alejara de él…

El ruido de unos firmes pasos rompió el mutismo que los rodeaba.
-¿Ocurre algo, Norris?
El calor ascendió a oleadas por su cuerpo al escuchar la inoportuna pregunta. Centrándose primero en su vientre, su agitado pecho y en sus palpitantes sienes…
           
El prepotente listillo.

Por supuesto… ¿Quién sino?

Cerró los puños dentro de los bolsillos del abrigo que aún le cubría. Clive Stevens en el lugar y momento más inoportuno. Para variar…
Sintió su boca abrirse y las palabras comenzar a fluir y a sí mismo incapaz de retenerlas, como una marioneta guiada por los rabiosos sentimientos que le colmaban.
-Ahora lo entiendo…
Rob se aproximó dos pasos en su dirección, dejando plantado en el quicio de la puerta al hombre que acababa de interrumpirlos.
-No, Peter. No entiendes nada, ¿Me oyes?... ¡Nada!
De nuevo el calor en su pecho. Abrasador…
-Explícamelo, entonces.
Notaba en su cuerpo la asombrada mirada del superintendente y le daba exactamente igual. Que intuyera o entreviera lo que le viniera en gana…él no saldría de esa casa de vacío. No de nuevo…

Lo claros ojos se clavaron en los suyos y lo supo…

Supo en ese mismo instante que la frase que llegaría a continuación iba a doler…
La ronca voz de Rob brotó estrangulada.
-Necesito que te vayas, ¿entiendes? Necesito…-Rob aspiró con brusquedad y continuó- No quiero verte más. No quiero cruzarme en tu camino ni que me busques…

Dolía más de lo imaginable pero no podía pararle. Por mucho que deseara que callara, gritarle que le estaba rompiendo por dentro, le dejó hablar sin apartar ni un segundo la mirada, muriendo poco a poco en su interior…
-No me busques porque no me encontrarás, Peter. No te quiero cerca hasta…
En algún lugar recóndito de su cerebro se dio cuenta que Stevens los escuchaba  enmudecido. Y lo agradeció. Habló con lentitud en dirección a Rob.
-Hasta que Saxton o tú halláis muerto…-El silencio se alargó, denso-Me pides aquello que no puedo dar, canijo.
La ahogada aspiración de Rob le llegó nítida.
-No me llames…eso.
Sus ojos se clavaron en el movimiento de la garganta de Rob al tragar convulsivamente.
-Maldita sea, Pete…Déjame hacer, sin intervenir…
-No. Lo que pides es que te deje sacrificarte.
-¡Te pido que me dejes salvarte por una vez en tu maldita vida!
Si gritaba estaba logrando resquebrajar sus defensas.
-¿Para qué, canijo?
El asombro llenó la mirada de Rob. Hasta que una extraña claridad la inundó.
-Para poder vivir en paz de una vez por todas...
Increíble. No terminaba de entenderlo. El canijo no alcanzaba a comprender.
-¿No lo entiendes, verdad? Vivir sin ti…no es vivir.
La crispación cubrió los rasgos de Rob.
-No…te…arrastraré conmigo y nada de lo que digas me hará cambiar de opinión, Peter. Nada…- el pecho cubierto por una clara camisa se expandió al respirar profundamente- Ahora, quiero que salgas de esta casa de una puñetera vez…y no vuelvas.

El corazón le golpeaba tan fuerte en el pecho que dolía…

Conocía esa mirada tenaz. No lograría nada apelando a los endiablados sentimientos porque ya había decidido. Rob había…optado y sólo había una manera de abrir una brecha en el plan que estaba forjando y por su vida que iba a emplearla. Al máximo.
-De acuerdo. Lo haré por mi cuenta…. Con o sin tu ayuda, Rob.
La figura ubicada frente a él quedó congelada. Sin fuerza.
-Qué…harás por tu cuenta.
No necesitaba contestar.
-Peter…contéstame.

No lo hizo.

Estaba cansado de hablar.

Despacio se separó del lugar que ocupaba, sacó las rígidas manos de los bolsillos y se dirigió hacia la puerta bloqueada parcialmente por el rígido cuerpo de Rob. Al llegar a su altura ralentizó el paso y alzó una mano de manera involuntaria, casi como ésta necesitara el tacto del hombre que seguía sin mover un músculo de su cuerpo. Con esfuerzo se obligó a alejarla de ese conocido calor.
-Cuídate, Rob.
Retomó el paso para verse de repente bloqueado por un brazo alzado frente a él.
-Espera.
Con la mirada al frente preguntó sin esperar una respuesta.
-¿Para qué?
-No fastidies, Peter. No puedes hacerme esto.
¡Qué no…!
-Haré… lo que me venga en gana. ¿Acaso no haces igual, sin importarte lo que otros sientan?
Notaba la tensión en los dedos extendidos de la mano que se mantenía en el mismo lugar. Cortándole el paso.
-Lo hago por…
Giró el rostro a su izquierda, inclinándolo hacia el hombre más bajo que él, acercando la cara hasta casi rozar ese espeso cabello rubio y susurrar al oído. Con suavidad…
-Por ti, amigo. Lo haces por ti…sin pensar en nada más.
El brusco giro del rostro colocó los rasgos de Rob a centímetros de distancia, incitando al roce, a la caricia…
Se mordió el labio inferior para resistir porque en caso contrario aferraría con sus manos ese rostro y no lo soltaría hasta que entrara en razón.
Sencillamente no lo dejaría ir.
-Juntos somos más fuertes, Rob. Eso es lo que no entiendes y Saxton está logrando lo que siempre quiso. Separarnos para hacernos vulnerables.
El suave suspiro resultó claro.
-Puede…pero esta vez lograré que estés lejos y a salvo. Lejos de ese enfermo…
La forma en que había hablado alertó algo en su interior. Algo latente.
-Me ocultas algo…
En la penumbra del cuarto casi le pasó desapercibido el gesto de impotencia de Rob. Casi…
La voz de Stevens manó agotada.
-Tenemos un rastro.

¡Maldita sea!

Lo Intuía…

Se mantuvo en silencio. Retador. Esperando a que alguno de los dos continuara. Rob lo hizo con el inclinado rostro oculto por el rubio cabello.
-Lo vieron en el hospital de San Bartolomé hace quince días, Peter. Hace un par de jodidas semanas y…estoy cansado de perseguir a un fantasma…A veces lo siento cerca, vigilándome y espero que aparezca en cualquier esquina…
Rob se distanció de él, dejándose caer en unos de los desgastados sillones que ocupaban parte de la pieza. Sin alzar la vista se mesó el enmarañado cabello.
-No puedo distraerme, Peter. Tú presencia me desborda y ahora…no puedo centrarme en otra cosa que no sea atrapar a Saxton.
-No te pido que lo hagas. Sólo que me dejes ayudar…
Desde  el otro extremo de la habitación surgió una controlada y firme voz.
-Brandon tiene razón, Rob. Nos vendría bien su ayuda y lo sabes. Cualquier ayuda...
Peter se volvió sorprendido por la interrupción de Stevens quien continuó hablando en su dirección.
-Hace dos días nos asignaron un caso caliente.
De reojo fijó la mirada en la silenciosa figura de Rob, atento a la conversación que mantenía con Stevens.
-¿Caliente?
-Difícil. Sin pistas que seguir y en un punto muerto. Un maldito engendro de caso y…
-¿Y…?
-Nos lo han asignado saltándose las reglas…
Con la mirada Peter exigió más datos.
-Antes de que transfirieran a Ross Torchwell y asumiera el cargo de superintendente en la comisaría, con una rapidez pasmosa nos asignaron un caso de desaparición. Se trata de una joven enfermera que trabaja en el hospital. Se llama Barbara Gates. Desde hace un par de días nadie parece haberla visto y no ha vuelto a casa. Lo extraño…
-Sigue…
-Lo curioso es que se saltaron los protocolos fijados en los casos de desapariciones. Esperar como mínimo veinticuatro horas desde que se vio a la supuesta víctima por última vez, antes de que salten las alarmas. Con algo de…torpeza, pregunté por la razón de tanta premura y bueno, me guardo la reprimenda y los comentarios que me lanzaron nuestros estimados compañeros…

Por la expresión de Stevens y la forma en que había cerrado los puños no le extrañaría que se hubiera visto envuelto en una buena trifulca. Todo lo indicaba, sobre todo  la secuela de un buen moratón que mostraba en la mandíbula y el rasponazo cerca de la cicatriz que marcaba su sien.
-Me dijeron no muy amablemente que no olvidara que ya no era superintendente y que más me valía seguir órdenes.  Como soy muy complaciente,  tras un breve  intercambio de opiniones con otro inspector opté por seguir las recalcadas instrucciones. El caso es que algo huele mal. Nos dan un caso en el mismo hospital en el que un hombre cuyos rasgos encajan con Martin Saxton ha sido visto como mínimo en dos ocasiones.
-¿Qué opina Torchwell?
El silencio repentino en el hombre que hasta ese momento no había callado, resultó cómico. Peter presionó algo más.
-No lo sabe, ¿Verdad?
Una mueca acompasó la respuesta de Clive.
-No.
-¿Lo de la pelea tampoco?
-No fue una pelea sino un…intercambio fogoso de opiniones, Brandon. Ni más ni menos…
-Ya. Por eso tu mandíbula muestra un colorido tan interesante y variado.
-Si me provocan, salto.

La madre…

Se habían juntado el hambre con las ganas de comer. Un insensato y un aventado en potencia como pareja policial. Un potencial desastre a la vuelta de la esquina y… ¡Los interesados no se daban cuenta de ello!

Estaban apañados.
-Está bien, pero algo me dice que cuando Torchwell vea tu curioso colorido no vas a salir tan fácil de su interrogatorio.
-Eso ya se verá.
Casi estuvo a punto de sonreír imaginando la bronca que le iba a caer al aniñado policía. Apartó el tema para indagar más.
-¿Cómo sabéis lo de Saxton?
-Es un poco complicado…
Ya empezábamos.

Se cruzó de brazos al mismo tiempo en que a su izquierda Rob se levantaba y acercaba a ellos, algo apresurado, para meter baza en la irreal conversación.
-Lo comentó un paciente del hospital…-la voz disminuyó paulatina y repentinamente hasta resultar casi un susurro-…del ala este destinada a…los…
No podía haber escuchado lo que creía haber oído.
-Repite eso.
Rob gruñó un breve juramento.
-Del ala este dónde se recluye a los algo…perjudicados.
La floja y semi histérica risa que acababa de soltar Stevens atrajo la mirada enfurruñada de Rob.
-¡Clive! ¡Así no me ayudas!
Eso únicamente provocó otro gemido ahogado  en Stevens mientras farfullaba un…y tanto que perjudicados...nunca mejor dicho, amigo Norris… como vamos a estarlo nosotros de seguir así. Altamente  perjudicados, si señor… y más cuando se lo relatemos a Ross. La guerra de Crimea va a ser pecata minuta en comparación con su  rapapolvos. Seguro que me estallan los tímpanos.

Se giró como una tromba para quedar frente al canijo. Con los brazos cruzados.
-Define…perjudicados.
A su derecha brotó otro quejido hasta que el codazo lanzado por Rob le dio de lleno en el costillar al pecoso policía cortando de golpe sus bufidos. Con lentitud Rob se volvió hacia él.
-El ala de los…algo dementes.
Genial…
-Así que vuestro fiable chivato es un…perjudicado.
-¡Si, Peter! Lo que has oído… Un par de perturbados del ala de los dementes del Hospital de San Bartolomé, al parecer, han presenciado en plena noche cruzar por delante de su celda a Martin Saxton. En varias ocasiones y estaba…
-¿Si…?
La mirada que cruzaron los dos alelados le puso el vello en punta.
-¿Y bien…?
-Estaba algo disfrazado.
-¿Cómo?
-Dis…fra…za…
-¡Ya lo he entendido!
-Vale, hombre-Antes de seguir Rob apretó los labios- Creen haberle visto vestido de enfermera, con falda, tacones y… andando estable…-Tras un breve silencio el gesto de Rob fue inconfundible- Ni se te ocurra hacer gestos, Peter…
La expresión de pura desesperación de Stevens brotó de repente.
-¡Eso díselo a él!
-La de Clive es una mueca nerviosa, Peter…
-¡No me extraña!
-¡No me grites!
-¡Es que es ridículo! ¿Acaso no te escuchas?
-Lo hago. Y… no…me…gruñas.
Con ojos alucinados presenció cómo Rob se cruzaba de brazos asumiendo una postura defensiva. Peter aspiró profundamente. Un par de veces antes de continuar.
-Está bien. Por ahora. Dime una cosa, Rob, si iba disfrazado de mujer, ¿Cómo saben que era Saxton?
-Comenzaron a circular rumores de los internos sobre un asesino  patrullando los pasillos de uno de los pabellones. Alguien hacía desaparecer a los recluidos. Hablaban de una mujer que era hombre. Nadie hizo caso. Tampoco extrañó demasiado teniendo en cuenta el lugar por el que circulaban semejantes rumores. No trascendió lo que ocurría en el hospital hasta hace aproximadamente  diez días en que una enfermera denunció el caso en comisaría y facilitó la descripción física del presunto culpable de forma bastante detallada.
-¿Ella lo vio?
-No. Repitió lo que le comentaron los internos. Lo único que ella escuchó  fueron  un par de conversaciones en las que se refirieron a ese hombre como el hijo del duque, Peter. Así que dos más dos, ya sabes…
-No. No sé, Rob.
-Pues que son cuatro.
-En tu mente, no lo dudo. En la de los demás, es otro cantar.
-Ya estamos…-tras un leve suspiro Rob añadió más datos-…Mañana tenemos concertada una visita en el hospital con uno de los pacientes. A primera hora. Cuando está más tranquilo...según el médico que le trata.
-¿Es peligroso?
-No lo creo…si está al cuidado de sus pacientes…
-¡El médico  no, Rob!... ¡El paciente!
-¡Y yo qué sé! Mañana nos lo dirán…
Ni queriendo pudo contestar. La impresión lo había dejado…mudo.
Del todo.
-¿Peter?
Mu…do.
-¡Peter!
Esto no iba bien…para nada. Rallaba en un tosco equilibrio entre irreal y tétrico. Sin olvidar estrafalario.
-¿Sinceramente creéis que un hombre como Saxton se rebajaría a salir de su escondite para matar a unos hombres sin nombre ni futuro?
El ceño fruncido de Rob acompañó su escueta contestación.
-¿Puede? Es una mente perturbada, Peter
-¿Disfrazado de mujer?
Rob calló como un muerto. Completamente enrojecido.
Era ridículo. Toda la situación lo era.
-¿Y bien?
-Nada perdemos con intentarlo. Por primera vez en meses, tenemos una pista, Peter, aunque la parte del disfraz mane de la imaginativa mente de un perjudicado. Además, ese paciente es el mismo que presuntamente vio por última vez a la enfermera Gates, antes de su supuesta desaparición. Y otra cosa más…
Pasaron unos segundos en completo silencio.
-¡Sigue!
-Tres más tres son…
-Maldita sea, canijo…esto no es una jodida broma.
El bufido de Rob resonó con fuerza.
-No creas que no lo sé Peter y no necesito más sermones. He recibido suficientes para toda una vida y de las largas- Tras pasarse la mano por el revuelto cabello claro, Rob continuó- La cosa no queda ahí…
Un par de segundos en completo silencio antes de que Peter gruñera la siguiente frase.
-Lo haces a propósito, ¿verdad?
-¿El qué?
- De manera innata es imposible que logres cabrearme tanto en diez segundos, Rob.
 -Es un don.
Lo estrangulaba. Por Dios que lo agarraba, ataba de pies y manos y…
-Centrémonos, Peter.
-¡Yo!
-Yo desde luego lo estoy. Y Clive también- Tras un leve gesto  continuó-La enfermera desaparecida es quién denunció que algo irregular ocurría en esa maldita prisión. Demasiada coincidencia, ¿No crees? De este modo, cazamos varios pájaros de un tiro.
-O el tiro os sale por la culata, estallándoos en plena cara.
-Dios, Peter, tú siempre tan optimista.
-Di mejor realista.
-No me digas lo que tengo que…
A dos metros a la izquierda del lugar que ocupaban  ambos una asombrada voz cortó su creciente discusión.
-¿Siempre sois así?
El berrido fue mutuo.
-¡Sí!

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